viernes, 12 de agosto de 2011

EDITH STEIN: LA ORACIÓN COMO BÚSQUEDA DE LA VERDAD EN LA AMISTAD (Biografía IV)

Su búsqueda se topa con otro encuentro decisivo, el que sostuvo con la viuda de Adolfo Reinach (matrimonio judío, convertido al catolicismo) ayudante de Husserl y gran amigo suyo. Edith esperaba encontrarse con una esposa deshecha en lágrimas, amargada, profundamente desesperada. No sabía cómo consolarla, ella que era no creyente, y que a su vez se sentía tan desarmada ante la muerte y a la oscura nada subsiguiente…
Sin embargo las cosas no se dieron como ella imaginaba. La esposa de Adolfo, a pesar de su inmenso dolor, se sentía  llena de una fe victoriosa, robusta. A Edith se le abren los ojos y descubre la fuerza que mana de la cruz de Cristo, para quienes creen en ella. Más tarde ella confesaría:

“Fue aquel mi primer encuentro con la cruz y con la fuerza divina que esta infunden a quienes la llevan. Veía yo por primera vez a la Iglesia nacida de la pasión de Cristo en un momento en que vencía el aguijón de la muerte; casi la palpaba. Fue el momento en que mi incredulidad se derritió, palideció el judaísmo y resplandeció Cristo: Cristo en el misterio de la cruz.”

La conversación con la viuda resquebrajó su escepticismo, fue la primera vez que confesó su deseo de creer: “Mi ansia de verdad era mi única oración”, dirá ella al referirse a aquellos días y meses.
Comenzó a leer el Nuevo Testamento, reflexionó sobre el suicidio de un conocido, y sus cartas recogieron un tono que nadie había escuchado en ella, hasta entonces.



Y hablando de amigos, fue en casa de los Conrad-Martius que Edith se inició en la lectura de la “Vida” de Santa Teresa. Era una tarde de verano de 1921.El matrimonio no se encontraba en casa, Edith se aburría, y para matar el tiempo, se puso a buscar un libro en la biblioteca familiar; dio con la autobiografía de Santa Teresa, la gran reformadora carmelita del siglo XVI español, que había sido agraciada también con grandes dotes místicos. Le pareció fascinante. Se sentó y se sumergió en la lectura.

Comencé a leer, me sentí cautivada  inmediatamente y no cesé de leer hasta el final. Cuando cerré el libro me dije: “¡Esta es la verdad!”

Edith llegaba a un momento de su vida en el cual Dios aparecía de manera inesperada.
“Porque hay un momento de descanso en Dios, de total suspensión de toda actividad del espíritu. Un momento en el que no se pueden concebir planes, ni tomar decisiones, ni aún llevar nada a cabo. Sino que, haciendo del porvenir asunto de la voluntad divina, se abandona uno enteramente a su destino.”

La Edith que escribe esto es una Edith distinta, es una Edith que está rozando el misterio de la gracia. Esta confesión se confunde con el estilo de Teresa.

Porque cuando me abandono a este sentimiento, me invade una vida nueva que, poco a poco, comienza a colmarme. Y, sin ninguna presión por parte de mi voluntad, comienza a impulsarme a nuevas realizaciones. Este flujo vital me parece ascender de una Actividad y de una Fuerza que no me pertenecen, pero que llegan a hacerse activas en mí. Antes era el silencio de la muerte. Ahora es un sentimiento de íntima seguridad, de liberación de todo lo que la acción entraña de doloroso, de obligación y de responsabilidad.”

¿Vemos a Edith en proceso de conversión? Claro que sí, ella siguió leyendo a Santa Teresa que le iba aclarando dudas. La iba introduciendo en la contemplación absorta del misterio; Dios se le revelaba como un ser próximo, que la habitaba.

Dios se ha hecho experiencia. En su interior ha descubierto que Dios está vivo, que Cristo es su enviado, el mediador de su amor. Ya no puede seguir resistiéndose más. Aunque vacila y duda entre el camino del protestantismo o del catolicismo. Santa Teresa, con su autobiografía le había abierto las puertas a la Iglesia Católica. Es cuando el 1 de enero de 1922 se bautiza.

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