La ceniza es un signo de penitencia muy fuerte en la Biblia
(cf. Jn 3, 6; Jdt 4, 11; Jer 6, 26). Recuerda una antigua tradición del pueblo
hebreo, que cuando se sabían en pecado o cuando se querían preparar para una
fiesta importante en la que debían estar purificados se cubrían de cenizas y
vestían con un saco de tela áspera. De esta forma nos reconocemos pequeños,
pecadores y con necesidad de perdón de Dios, sabiendo que del polvo venimos y
que al polvo vamos.
Siguiendo esta tradición, en la Iglesia primitiva eran
rociados con cenizas los penitentes “públicos” como parte del rito de
reconciliación, que recibirían al final de la cuaresma, el Jueves Santo, a las
puertas de la Pascua. Vestidos con hábito penitencial y con la ceniza que ellos
mismos se imponían en la cabeza, se presentaban ante la comunidad y expresaban
así su conversión. Al desaparecer la penitencia “pública” allá en el siglo XI,
la Iglesia conservó este gesto penitencial para todos los cristianos, que se
reconocían pecadores y dispuestos a emprender el camino de la conversión
cuaresmal.
El Pueblo de Dios tiene un particular aprecio por el
miércoles de ceniza: sabe que ese día comienza la Cuaresma. Y participando del
rito de la ceniza –acompañado del ayuno y la abstinencia- manifiesta el propósito
de caminar decididamente hacia la Pascua. Ese recorrido pasa por la conversión
y la penitencia, el cambio de vida, de mentalidad, de corazón.
La ceniza está hecha con ramos de olivos y otros árboles,
bendecidos el año precedente en el domingo de Ramos, siguiendo una costumbre
muy antigua (siglo XII). El domingo de Ramos eran ramas que agitábamos en señal
de victoria y triunfo. ¿Y ahora? Esas mismas ramas se han quemado y son ceniza:
lo que fue signo de victoria y de vida, ramas de olivo, se ha convertido pronto
en ceniza. Así es todo lo creado: polvo, ceniza, nada.
Se bendice con una fórmula que se refiere a la situación
pecadora de quienes van a recibirla, a la conversión y al inicio de la
Cuaresma; a la vez que pide la gracia necesaria para que los cristianos, siendo
fieles a la práctica cuaresmal, se preparan dignamente a la celebración del misterio
pascual de Jesucristo.
El rito es muy sencillo: el sacerdote impone la ceniza a
cuantos se acercan a recibirla, mientras dice una de estas dos fórmulas:
“Acuérdate que eres polvo y al polvo volverás” o “Conviértete y cree en el
Evangelio”. La primera es la clásica y está inspirada en Gn 3, 19; la segunda
es de nueva creación y se inspira en Mc 1, 15. Las dos se complementan, pues
mientras la una recuerda la caducidad humana –simbolizada en el polvo y la
ceniza-, la otra apunta a la actitud de conversión interior a Cristo y a su
evangelio, actitud específica de la Cuaresma.
(Fuente: catholic.net)
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