Is 49,1-6: Te hago luz de las naciones
Salmo responsorial 138: Te doy gracias porque me has
escogido portentosamente
Hch 13,22-26: Antes de que llegara Cristo, Juan predicó
Lc 1,57-66.80: Se va a llamar Juan
En este domingo celebramos la fiesta de San Juan Bautista,
el precursor, como todos lo conocemos, por su vida y misión y por anunciar y
preparar la llegada de los tiempos mesiánicos, que ven su cumplimiento en
Jesús.
En el Evangelio de hoy, Lucas vuelve a las narraciones que
tienen que ver con Juan Bautista, que van a ocupar los vv. 57-80 del primer
capítulo. La narración se centra en cuatro momentos importantes de su vida: El
relato de su nacimiento (vv. 57-58), la circuncisión, la imposición del nombre
y la manifestación a toda su parentela e incluso a los vecinos de la comarca
(vv. 59-66).
En el nacimiento de Juan se cumple lo anunciado a Zacarías y
se hace realidad la promesa. La esterilidad de unos padres, vencida por el
nacimiento de un hijo, es fuente de alegría, jubilo y regocijo que envuelve y
contagia a vecinos y parientes, como ya lo había predicho el mensajero de Dios.
Al relato de nacimiento de Juan sigue el de su circuncisión,
imposición del nombre, y su manifestación pública. Por la circuncisión, Juan
queda indeleblemente marcado con la “señal de la alianza”, signo visible de la
incorporación al pueblo de Israel. Esa marca en la propia carne hace de Juan
partícipe de la bendición prometida por el Señor a su pueblo elegido, le
capacita para celebrar la Pascua como fiesta de la comunidad y confirma sus
esperanzas de compartir con todos sus antepasados la restauración futura y
definitiva. El rito de la circuncisión comportaba igualmente la obligación de
una escrupulosa observancia de la ley de Moisés. La incorporación del precursor
del Mesías al pueblo de Israel es muy importante para Lucas, no sólo porque
prefigura la incorporación del propio Jesús a ese mismo pueblo, sino también
porque Lucas se esfuerza por demostrar que el cristianismo es una derivación
lógica del judaísmo. Por eso tiene que quedar bien claro que los pilares de ese
nuevo modo de vida, son de raíces profundamente judías.
La imposición de un nombre como el de “Juan” rompe
radicalmente con la tradición familiar. Como era costumbre, los vecinos y
parientes dan por hecho que el niño se llamaría como el padre. El acuerdo entre
la madre y el padre en un nombre que no era familiar aparece como un signo
donde se refleja el favor de Dios. La Misericordia divina no sólo se manifiesta
a un matrimonio anciano, de vida intachable, sino que alcanza a la totalidad de
Israel. De ahí que al recuperar Zacarías el habla, todos los vecinos se
interroguen sobre el futuro de ese niño.
Por último nos encontramos con la manifestación pública de
Juan, la cual pretende dejar bien clara la efusión de la misericordia de Dios.
La alegría que causa la noticia de su nacimiento es fruto de una primera
manifestación en el entorno de la familia y en la vecindad; pero inmediatamente
empieza a correr el rumor de ese acontecimiento por todas las montañas de
Judea, el júbilo es experiencia de todos. Queda así preparado, narrativamente,
el futuro del protagonista, que se resume en un versículo (1, 80) que casi
podemos considerar un estribillo: “Vivió en el desierto hasta el día en que se
presentó a Israel”. De esta manera el desierto nos prepara para la próxima
aparición de Juan en el evangelio, treinta años después (Lc 3, 1-3).
La primera lectura, de Isaías, habla también del ministerio
profético delante de las naciones, preparando los caminos de Dios. La lectura
de los Hechos que hoy leemos es el fragmento más explícito y a la vez sumario
sobre Juan Bautista en ese libro.
La figura de Juan ha calado hondamente en el imaginario
cristiano y en la simpatía del pueblo de Dios: pariente de Jesús, asceta y
místico, profeta valiente y denunciador, predicador ardiente de la conversión.
Juan ha conquistado un lugar privilegiado en el universo cristiano. Quizá por
eso su fiesta fue puesta en el solsticio del verano boreal, la "noche más
corta del año" en el hemisferio norte (noche de san Juan, noche del fuego
y de vigilia en torno a las fogatas...), o la más larga del año en el
hemisferio sur, o un día insignificante en la zona ecuato-tropical. Ese
acontecimiento astronómico ya era conocido y celebrado en la antigüedad antes
del cristianismo. Tal vez el establecimiento de la celebración de Juan en esta
fiesta obedezca al intento de cristianizar una fiesta pagana (como con la
ubicación del nacimiento de Jesús se pretendió cristianizar la fecha
astronómica del solsticio de invierno boreal, fecha también de celebraciones
paganas a la llegada del cristianismo).
El Evangelio de Lucas nos invita a reflexionar sobre la
misericordia, la compasión y la generosidad divina, que caracterizan este nuevo
período de la historia de la salvación que comienza a manifestarse con el
nacimiento de Juan Bautista. Misericordia sin límites y sin medida, que
engrandece y libera, que es signo de vida porque rescata a unos ancianos de la
muerte por causa de la esterilidad.
Además, el Evangelio nos interpela sobre nuestra experiencia
de la misericordia de Dios, sobre la manera como la estamos haciendo explícita
en gestos y actitudes: acogida, solidaridad con los rechazados, invitación a
todos aquellos que desean un mundo nuevo “según el corazón de Dios” a
comprometerse en la construcción del mismo.
Para la revisión de vida
¿Me mueve la experiencia de la misericordia de Dios a
procurar una cercanía con todos aquellos que desean acogerse a ella?
¿Estoy colaborando solidariamente con todos los que buscan
la transformación del mundo según el corazón del Padre?
(Fuente: lecturadeldía.com)
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