La llena de gracia: así la
llamó el Ángel Gabriel a la Virgen,
porque nadie excepto Cristo, lo es tan plenamente como lo es ella.
La Iglesia ha definido el dogma
de la Concepción Inmaculada. Ella fue la llena de gracia desde el comienzo de
su existencia, la Bienaventurada. Madre de las gracias, por ser la Madre de
Jesucristo, autor y mediador de la misma gracia.
“La Santísima Virgen,
predestinada desde toda la eternidad como Madre
de Dios juntamente con la
Encarnación del Verbo, por disposición de la divina Providencia, fue en la
tierra La Madre del divino Redentor, compañera singularmente generosa entre
todas las demás criaturas y humilde esclava del Señor. Concibiendo a Cristo
alimentándolo, presentándolo al Padre en el templo, padeciendo con su Hijo cuando
moría en la Cruz, cooperó en la obra del Salvador con la obediencia, la fe, la
esperanza y la ardiente caridad con el fin de restaurar la vida sobre natural
de las almas. Por eso es nuestra Madre en el orden de la gracia.” (LG 61)
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