Juan Pablo II en la Redemtoris
Missio nos propone como nota esencial de la espiritualidad misionera la
comunión intima con Cristo, porque no se puede comprender y vivir la misión si
no es con referencia a Él en cuanto a enviado a evangelizar. A la hora de proponérnoslo
como modelo misionero es interesante notar que resalta como actitud fundamental
su HUMILDAD… “Tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesús. Él que era de
condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía
guardar
celosamente: al contrario se anonadó a sí mismo, tomando la condición
de servidor y haciéndose semejante a los hombres” (Fil 2, 5-7)
Jesús mismo nos pide que lo imitemos cuando nos dice: “…aprendan
de mí, porque soy paciente y humilde de corazón” (Mt 11, 29). Si esta exhortación está dirigida a todos los
cristianos, en el misionero tendrá una traducción particular, porque a él “se le pide renunciarse a sí mismo y a todo
lo que tuvo hasta entonces y a hacerse todo para todos” (AG, 24): en la
pobreza, que lo deja libre para el Evangelio; en el desapego de las personas y
bienes del propio ambiente, para hacerse así hermano de aquellos a quienes es
enviado y llevarles a Cristo Salvador. A esto se orienta la espiritualidad del
misionero: “Me he hecho todo para todos para salvar a toda costa a algunos. Y esto
lo hago por amor al Evangelio.” (1 Cor 9, 22-23).
La humildad misionera implica una actitud de apertura y
disponibilidad para aceptar recibir la verdad de aquellos a quienes nosotros
intentamos anunciarla. Implica una gran capacidad de escucha para captar la
presencia de Dios que se nos presenta e interpela…
(Fuente: “Cómplices de
Dios: notas para una espiritualidad misionera”)
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