Salmo responsorial 15: Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti
Hebreos 10, 11-14. 18: Con una sola ofrenda ha perfeccionado para
siempre a los que van siendo consagrados.
Marcos 13, 24-32: Reunirá a los elegidos de los cuatro vientos.
Cercanos ya al final del año
litúrgico, la liturgia de hoy nos presenta a través de la lectura del Antiguo
Testamento y del evangelio, textos relativos al final de los tiempos. En
efecto, el pasaje de Daniel anuncia la intervención de Dios a favor de sus
fieles a través de Miguel, el ángel encargado de proteger a su pueblo. Estas
palabras de Daniel hay que enmarcarlas en el marco amplio de todo el libro cuyo
género y estilo corresponden a la corriente apocalíptica bastante popularizada
a finales del período veterotestamentario. Todo el libro de Daniel es un
llamado a la esperanza, característica principal de toda la literatura
apocalíptica. No se trata tanto de una revelación especial de lo que sucederá
al final de los tiempos, cuanto la utilización de imágenes que invitan a
mantener viva la esperanza, a no sucumbir ante la idea de una dominación absoluta
de un determinado imperio. El texto que leemos hoy es subversivo para la época,
pues invita al rechazo del señorío absoluto de los opresores griegos de aquel
entonces que a punta de violencia se hacían ver como dueños absolutos de las
personas, del tiempo y de la historia.
Por su parte el evangelio nos
presenta una mínima parte del «discurso escatológico» según san Marcos. Un poco
antes de comenzar la narración de la pasión, muerte y resurrección de Jesús,
los tres sinópticos nos presentan palabras de Jesús cargadas de sabor
escatológico.
El pasaje de hoy hay que leerlo a
la luz de todo el capítulo 13. Es más, conviene que en casa o en el grupo lo
leamos completo y, de ser posible, leamos también el discurso escatológico de
Mateo y de Lucas, eso nos ayudará a ver mucho mejor las semejanzas y las
diferencias entre los tres y, por otro lado, nos facilitará una mejor
comprensión del sentido y finalidad que cada uno quiso darle a esta sección.
Tengamos en cuenta que en ningún
momento hablan los evangelistas del «fin del mundo», en sentido estricto, esa
es una interpretación equivocada que no ha traído los mejores resultados ni a
la fe del creyente ni a su compromiso con el prójimo y con la historia. No es
éste, con palabras sacadas de aquí y de allá, el «fundamento» bíblico o
teológico de las «postrimerías» del hombre que nos enseñaba el «catecismo del
padre Astete», o de los «novísimos» que nos enseñaban en teología. O, por lo
menos, no se debe reducir a eso.
Jesús no predica el fin del
mundo, ése no era su interés. Las imágenes de una conmoción cósmica descrita
como estrellas que caen, sol y luna que se oscurecen, etc., son una forma
veterotestamentaria de describir la caída de algún rey o de una nación
opresora. Para los antiguos, el sol y la luna eran representaciones de
divinidades paganas (cf. Dt 4,19-20; Jr 8,2; Ez 8,16), mientras que los demás
astros y lo que ellos llamaban «potencias del cielo», representaban a los jefes
que se sentían hijos de esas divinidades y en su nombre oprimían a los pueblos,
sintiéndose ellos también como seres divinos (Is 14,12-14; 24,21; Dn 8,10).
Pues bien, en línea con el Primer Testamento, Jesús describe no tanto la caída
de un imperio o cosa por el estilo, para él lo más importante es anunciar los
efectos liberadores de su evangelio; y es que el evangelio de Jesús debe
propiciar en efecto el resquebrajamiento de todos los sistemas injustos que de
uno u otro modo se van erigiendo como astros en el firmamento humano.
Jesús es consciente y sabe que la
única forma de rescatar, redireccionar el rumbo de la historia por los
horizontes queridos por el Padre y su justicia, es haciendo caer los sistemas
que a lo largo de la historia intentan suplantar el proyecto de la justicia
querido por Dios, con un proyecto propio, disfrazado de vida pero que en
realidad es de muerte. Esta tarea la debe realizar el discípulo, el que ha
aceptado a Jesús y su proyecto. Recordemos la intencionalidad teológica y
catequética de Marcos: a Jesús, el Mesías (cuyo «secreto» se mantiene a lo
largo de todo el evangelio) sólo se le puede conocer siguiéndolo; y bien, el
seguimiento implica no sólo ir detrás de él, implica además, tomar el lugar de
él, asumir su propuesta como propia y luchar hasta el final por su realización.
Discípulas y discípulos están entonces
comprometidos en ese final de los sistemas injustos cuya desaparición causa no
miedo, sino alegría, aquella alegría que sienten los oprimidos cuando son
liberados. Esa debiera de ser nuestra preocupación constante y el punto para
discernir si en efecto nuestras tareas de evangelización y nuestro compromiso
con la transformación de lo injusto en relaciones de justicia está causando de
veras ese efecto que debe tener el evangelio o si simplemente estamos ahí a
merced de las corrientes del momento esperando quizás que se cumpla lo que no
ni siquiera pasó por la mente de Jesús.
Para la revisión de vida
¿Cuál es mi compromiso real y
concreto en la transformación del orden de cosas actual para que llegue el
nuevo orden, el futuro orden, el «otro mundo posible», el «sueño de Dios».
(Fuente: lecturadeldia.com)
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