La misión de la espiga nos es ser
el lugar definitivo para la semilla. Cada semilla debe asumir la vida de una
manera tan suya y personal, que pueda vivirla independientemente de la espiga en
la que maduró. Toda semilla que quiera cumplir con su vocación de vida, y con
su misión por los demás, debe aceptar la deschalada y el desgrane. Sólo si ha
asumido su vida en plenitud y de una manera personal, será capaz de seguir
viviendo luego de la desgranada. Y así podrá incorporarse al gran ciclo de la
siembra nueva.
Si su vida es auténtica y acepta
hundirse en el surco de la tierra fértil, su lento germinar en el silencio
aportará al sembrado nuevo una planta absolutamente única, pero que unida a las
demás, formará el
maizal nuevo.
No es el maizal el que valoriza
la identidad de las plantas. Es el valor irremplazable de cada planta en su
riqueza y fecundidad lo que valoriza al maizal.
No es la sociedad nueva la que
creará los hombres nuevos. Son los hombres nuevos quienes formarán la nueva
sociedad.
(Fuente: “La sal de la
tierra” Mamerto Menapace)
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