La expresión
definitiva de este misterio tiene lugar el día de la Resurrección. Este día,
Jesús de Nazaret, “nacido del linaje de David”, como escribe el apóstol Pablo,
es “constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su
resurrección de entre los muertos” (Rm 1,3-4). Puede decirse, por consiguiente,
que la “elevación” mesiánica de Cristo por el Espíritu Santo alcanza su culmen
en la Resurrección, en la cual se revela también como Hijo de Dios, “lleno de
poder”. Y este poder, cuyas fuentes brotan de la inescrutable comunión
trinitaria, se manifiesta ante todo en el hecho de que Cristo resucitado, si
por una parte realiza la promesa de Dios expresada ya por boca del Profeta: “Os
daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo... mi espíritu”
(Ez 36,26-27), por otra cumple su misma
promesa hecha a los apóstoles con las palabras: “Si me voy, os lo enviaré”(Jn
16,7) Es él: el Espíritu de la verdad,
el Paráclito enviado por Cristo resucitado para transformarnos en su misma
imagen de resucitado.
(Fuente: evangeliodeldia.com)
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