María Magdalena y las santas mujeres, que iban a embalsamar
el cuerpo de Jesús (cf. Mc 16,1; Lc 24, 1) enterrado a prisa en la tarde del
Viernes Santo por la llegada del Sábado (cf. Jn 19, 31. 42) fueron las primeras
en encontrar al Resucitado (cf. Mt 28, 9-10; Jn 20, 11-18). Así las mujeres
fueron las primeras mensajeras de la Resurrección de Cristo para los propios
Apóstoles (cf. Lc 24, 9-10). Jesús se apareció en seguida a ellos, primero a
Pedro, después a los Doce (cf. 1 Co 15, 5). Pedro, llamado a confirmar en la fe
a sus hermanos (cf. Lc 22, 31-32), ve por tanto al Resucitado antes que los
demás y sobre su testimonio es sobre el que la comunidad exclama: "¡Es
verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!" (Lc 24, 34).
Todo lo que sucedió en estas jornadas pascuales compromete a
cada uno de los Apóstoles —y a Pedro en particular— en la construcción de la
era nueva que comenzó en la mañana de Pascua. Como testigos del Resucitado, los
Apóstoles son las piedras de fundación de su Iglesia. La fe de la primera
comunidad de creyentes se funda en el testimonio de hombres concretos,
conocidos de los cristianos y de los que la mayor parte aún vivían entre ellos. Estos "testigos de la
Resurrección de Cristo" (cf. Hch 1, 22) son ante todo Pedro y los Doce,
pero no solamente ellos: Pablo habla claramente de más de quinientas personas a
las que se apareció Jesús en una sola vez, además de Santiago y de todos los
Apóstoles (cf. 1 Co 15, 4-8).
Ante estos testimonios es imposible interpretar la
Resurrección de Cristo fuera del orden físico, y no reconocerlo como un hecho
histórico. Sabemos por los hechos que la fe de los discípulos fue sometida a la
prueba radical de la pasión y de la muerte en cruz de su Maestro, anunciada por
Él de antemano (cf. Lc 22, 31-32). La sacudida provocada por la pasión fue tan
grande que los discípulos (por lo menos, algunos de ellos) no creyeron tan
pronto en la noticia de la resurrección. Los evangelios, lejos de mostrarnos
una comunidad arrobada por una exaltación mística, nos presentan a los
discípulos abatidos ("la cara sombría": Lc 24, 17) y asustados (cf.
Jn 20, 19). Por eso no creyeron a las santas mujeres que regresaban del
sepulcro y "sus palabras les parecían como desatinos" (Lc 24, 11; cf.
Mc 16, 11. 13). Cuando Jesús se manifiesta a los once en la tarde de Pascua
"les echó en cara su incredulidad y su dureza de cabeza por no haber
creído a quienes le habían visto resucitado" (Mc 16, 14).
Tan imposible les parece la cosa que, incluso puestos ante
la realidad de Jesús resucitado, los discípulos dudan todavía (cf. Lc 24, 38):
creen ver un espíritu (cf. Lc 24, 39). "No acaban de creerlo a causa de la
alegría y estaban asombrados" (Lc 24, 41). Tomás conocerá la misma prueba
de la duda (cf. Jn 20, 24-27) y, en su última aparición en Galilea referida por
Mateo, "algunos sin embargo dudaron" (Mt 28, 17). Por esto la
hipótesis según la cual la resurrección habría sido un "producto" de
la fe (o de la credulidad) de los apóstoles no tiene consistencia. Muy al
contrario, su fe en la Resurrección nació —bajo la acción de la gracia divina—
de la experiencia directa de la realidad de Jesús resucitado.
(Fuente: Catecismo de la Iglesia Católica n° 641-644)
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