“Tengo que alojarme en tu casa”
Es mi Maestro quien me manifiesta ese deseo. Mi Maestro, que
quiere habitar dentro de mí, con el Padre y su Espíritu de amor, para que según
la expresión del discípulo amado, yo “este en comunón” con Ellos (1 Jn 1, 3). “Ya
no sois extranjeros ni forasteros, sino que sois miembros de la familia de Dios”:
viviendo en el seno de la serena Trinidad, en mi abismo interior, en esa “fortaleza
inexpugnable del santo recogimiento” de que habla san Juan de la Cruz.
Davis cantaba: “Mi alma desfallece al entrar en los atrios
del Señor” (Sal 83, 3). Esa creo yo que debe ser la actitud de una alma que
penetre en los atrios interiores para contemplar allí a su Dios y entrar en
íntimo trato con Él: ante ese Amor todopoderoso, ante esa majesta infinita que
mora en ella, el alma “desfallece” y cae
en en un desvanecimiento divino…
¡Y que hermosa es esta criatura cuando se ha despojado y
liberado de sí misma! Está ya en condiciones de “preparar la ascensión de su
corazón” para pasar de este valle de lágrimas ( es decir, de todo lo que es
menos que Dios) “al lugar de su destino” (Sal 83,6-7) a ese “lugar espacioso”
que canta el salmista (Sal 17,20) y que es, según yo creo, la insondable
Trinidad: “Immensus Pater, immensus Filius, immensus Spiritus Sanctus…!”
(Fuente: “Últimos ejercicios
espirituales” Sor Isabel de la Trinidad)
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