miércoles, 5 de febrero de 2014

La mirada de Jesús

La mirada de Jesús debía ser impresionante. En el evangelio encontramos algunos destellos de estos maravillosos ojos de  Jesús.

Es, por ejemplo, el caso del joven rico. Le debemos a Marcos esta pincelada: «Entonces Jesús le miró con cariño». Captaron sus ojos la fuerza de su amor. Parece imposible que aquel joven se le escapara a Jesús. Lo más probable es que el joven habría cerrado antes sus ojos.

Otra vez su mirada está cargada de tristeza y de rabia: «Entonces, mirándolos alrededor con enojo, entristecido por la dureza de sus corazones» (Mc 3, 5).

A Zaqueo lo mira con simpatía y encanto seductor: «Cuando Jesús llegó a aquel lugar mirando hacia arriba, le vio y le dijo: "Baja enseguida, Zaqueo, porque hoy quiero hospedarme en tu casa"» (Lc 19, 5).

En el caso de la viuda generosa, su mirada está llena de penetración y admiración: «Levantando los ojos, miraba a los ricos que echaban sus ofrendas... Vio también a una viuda muy pobre que echaba dos blancas...» (Lc 21, 1-2).


¿Y cómo miraría Jesús, con qué compasiva ternura, a la prostituta arrepentida: «¿Ves a esta mujer» (Lc 7, 44); a la mujer adúltera: «Enderezándose Jesús y no viendo a nadie sino a la mujer» (Jn 8,10); al paralítico de Cafarnaúm y a sus ayudantes: «Al ver Jesús la fe de ellos» (Mc 2, S); a la humilde hemorroísa: «Pero Jesús, volviéndose y mirándola, dijo: "Ten ánimo, hija"» (Mt 9, 22); a la pobre mujer encorvada: «Cuando Jesús la vio, la llamó y dijo:
"Mujer, quedas libre de tu enfermedad" (Lc 13, 12); a las muchedumbres hambrientas de pan: «Y vio una gran multitud y tuvo compasión de ellos» (Mc 6, 34), o hambrientas de su palabra: «Y alzando los ojos... decía: "Bienaventurados..." (Lc 6, 20); a las piadosas mujeres que le seguían camino del Calvario: «Pero Jesús, vuelto hacia ellas, les dijo: "Hijas de Jerusalén...» (Lc 23, 28); mirada de compasión y pena la que dirigió a la ciudad de Jerusalén: «Y cuando llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró sobre ella» (Lc 19, 41).

Destaquemos, en fin, dos últimas miradas. La mirada más generosa y entregada que conocemos: «Cuando vio Jesús a su madre y al discípulo a quien él amaba, dijo a su madre: "Madre, he ahí a tu hijo". Después dijo al discípulo: "He ahí a tu madre". (Jn 19, 26-27). ¡Cuánto salimos ganando después de esta mirada! Y la mirada profunda y transformadora que dirigió a su discípulo Pedro después de sus caídas y que le arrancó las lágrimas más hermosas de su vida: "Entonces, vuelto el Señor, miró a Pedro, y recordó Pedro... Y, saliendo fuera, lloró amargamente" (Lc 2 61-62).

Nos quedamos con esta mirada que regaló Jesús a Pedro. Que él nos mire así a nosotros, para que nos haga ver mejor nuestros pecados, para que seamos capaces de llorarlos y, sobre todo, para que aprendamos a amar a Jesús de la misma manera que le amaba

Pedro.

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