miércoles, 23 de abril de 2014

La fuerza de la resurrección

Tal vez no tenemos muy claro cómo explicarla, ni cómo sería. No sabemos muy bien describirla. ¿Qué ocurrió? Sabemos que no se trataba de revivir como si uno pospusiera la muerte por unos años. Fue, más bien, volver a la Vida, pero así, con mayúscula. Volver a una nueva etapa, más plena, más definitiva, eterna pero vinculada a lo de aquí. No sabemos muy bien en qué consistió, pero sí tenemos claro cuáles son sus efectos, sobre todo en quienes llegan a creer, de verdad, en ella.

Se acaba el temor. Una de las palabras que más repite el Resucitado es «No tengáis miedo». Y está bien eso de tener valor en la vida, cuando hay tantos motivos que a veces nos hacen vivir un poco asustados, temerosos de lo que pueda ocurrir. Da miedo equivocarse. Y quedarse solo. Eso asusta mucho. Da miedo el rechazo de los demás. Asusta, también, el fracaso en lo que uno acomete. La enfermedad, el desamor, el dolor… Pero la palabra sigue ahí, clara y directa. «No tengas miedo». Porque, pase lo que pase, el último giro del camino nos va a conducir a una tierra buena. Y esa certidumbre permite plantarle cara a todos nuestros fantasmas.


Uno se imagina a los discípulos, antes de Pascua, muy desesperanzados. Como uno mismo a veces lo está, cuando tienes días tontos, grises; cuando lo pasas mal, cuando no haces pie en lo cotidiano o te sientes triste, y ni siquiera sabes por qué; cuando todos los días parecen iguales, y te invade una cierta melancolía sin nombre ni objeto; cuando Dios calla; y los amigos tampoco hablan mucho. Pero entonces empiezan los ecos, los testimonios, las palabras que a unos y otros les llenan de fuerza. Y recuperan la ilusión, la capacidad de soñar y la fe en que lo bueno está por llegar. Una tierra nueva.

¿Qué anhelas? ¿Qué esperas, con verdadero deseo, en este momento de tu vida?

(Fuente: pastoralsj.org)

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