Tal vez no tenemos muy claro cómo explicarla, ni cómo sería.
No sabemos muy bien describirla. ¿Qué ocurrió? Sabemos que no se trataba de
revivir como si uno pospusiera la muerte por unos años. Fue, más bien, volver a
la Vida, pero así, con mayúscula. Volver a una nueva etapa, más plena, más
definitiva, eterna pero vinculada a lo de aquí. No sabemos muy bien en qué
consistió, pero sí tenemos claro cuáles son sus efectos, sobre todo en quienes
llegan a creer, de verdad, en ella.
Se acaba el temor. Una de las palabras que más repite el
Resucitado es «No tengáis miedo». Y está bien eso de tener valor en la vida,
cuando hay tantos motivos que a veces nos hacen vivir un poco asustados,
temerosos de lo que pueda ocurrir. Da miedo equivocarse. Y quedarse solo. Eso
asusta mucho. Da miedo el rechazo de los demás. Asusta, también, el fracaso en
lo que uno acomete. La enfermedad, el desamor, el dolor… Pero la palabra sigue
ahí, clara y directa. «No tengas miedo». Porque, pase lo que pase, el último
giro del camino nos va a conducir a una tierra buena. Y esa certidumbre permite
plantarle cara a todos nuestros fantasmas.
Uno se imagina a los discípulos, antes de Pascua, muy
desesperanzados. Como uno mismo a veces lo está, cuando tienes días tontos,
grises; cuando lo pasas mal, cuando no haces pie en lo cotidiano o te sientes triste,
y ni siquiera sabes por qué; cuando todos los días parecen iguales, y te invade
una cierta melancolía sin nombre ni objeto; cuando Dios calla; y los amigos
tampoco hablan mucho. Pero entonces empiezan los ecos, los testimonios, las
palabras que a unos y otros les llenan de fuerza. Y recuperan la ilusión, la
capacidad de soñar y la fe en que lo bueno está por llegar. Una tierra nueva.
¿Qué anhelas? ¿Qué esperas, con verdadero deseo, en este
momento de tu vida?
(Fuente: pastoralsj.org)
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