Caminaban, Señor, a tu lado
de regreso y ya sin esperanza,
sin saber que tú ibas con ellos
en la tarde que ya declinaba.
Tu palabra les fue iluminando
el misterio de las profecías,
y sintieron arder en su pecho
una llama que no comprendían.
Al llegar al final del camino,
te invitaron, Señor, a su mesa,
y fue entonces que te conocieron,
al partirles el pan de la cena.
Con la luz encendida en el alma
reanduvieron la noche de vuelta,
anunciando a los otros hermanos:
«¡El Señor está vivo, de veras!» Amén.
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