RISA, CAMINO DE MADUREZ
Cuando se observa lo que hacía reír a Teresa, se descubre
una manera extraordinaria de vivir, de enfrentarse a las dificultades, de
encajar los reveses. La risa desvela en ella una madurez espléndida. Porque
para reparar en lo cómico es necesario no estar a la defensiva, quitarse el
tono importancioso de encima y estar abierto a que las circunstancias
descoloquen lo que parece ya fijado.
La percepción de lo cómico que puede haber en una situación
desdramatiza y rompe el miedo. Es una idea que aparece, con frecuencia, en
Fundaciones. El humor desmitifica, aleja de pensar que se posee toda la verdad
en cualquier asunto, es decir, es un buen bastón para la humildad y, puede ser,
como hemos visto, un gran liberador. Todo esto tiene mucho que ver con la
espiritualidad que promueve Teresa.
No era amiga de «santos encapotados» y explicaba que «hay
algunas personas que parece se les ha de ir la devoción si se descuidan un
poco», o sea, que tienen que tener todo muy medido y compuesto para que «no se
les vaya un poquito de gusto y devoción». También, con cierta sorna, escribía a
Gracián que hay quien
«pensará, si ha estrujado algunas lágrimas, que aquello
es la oración».
La vida espiritual y la oración no son cosas para encerrarse
en uno mismo, más bien justo al revés. El ceño fruncido, el gesto serio, la
afectación, la poca alegría, el no poder burlarse de uno mismo, en el doble
sentido de la palabra, reírse sanamente y así escapar del propio enjaulamiento…
Todo eso no pertenece a una espiritualidad sana.
Para Teresa, el sentido del humor y la capacidad de reír
están ligados a la santidad. Lo expresa muy claramente en un momento en el que
se enfrenta a algo muy desagradable. Se han propagado calumnias contra el P.
Gracián, a cuenta de su trato con algunas carmelitas. Primero dirá a María de
San José que «son disparates; que lo mejor es reírse de ellos, y dejarlos
decir».
Pero irá más lejos. Le disgusta que Gracián caiga en
defenderse absurdamente, y escribirá: «Hacer caso de esos desatinos, ni
ponerlos en plática; téngolo por mucha imperfección; sino reírse de ellos».
Reírse es invertir el orden de las cosas. Cambiarlo, de modo que resulta un
orden más liberador.
No deja de sorprender su humor ante graves dificultades.
Cuando escribe al Rey, tras el secuestro de Juan de la Cruz y por causa de los
malos modos que usa con las monjas, se referirá al fraile que anda tramando todo,
diciendo: «Dicen le han hecho vicario provincial, y debe ser porque tiene más
partes para hacer mártires que otros».
Y del nuncio Sega, que tantas y tan serias trabas estaba
poniendo a la familia descalza, que empezaba a echar a andar, dirá: «Para personas
perfectas, no podíamos desear cosa más a propósito que al señor nuncio, porque
nos ha hecho merecer a todos».
El humor es también una forma de mirar y percibir el mundo.
Esa mirada le hace decir: «¡Qué al revés anda el mundo!», al hablar de «honras
y mayorías», es decir, del modo de entender el estatus quienes creen ser
espirituales. Y escribe con mucha ironía: «Cosa es para reír, o para llorar…
que no manda la Orden que no tengamos humildad».
También logra reírse del falso aplauso que a veces se da
entre las gentes. Sabe que es engañoso, algo hueco y vacío de verdad. Ella ha
logrado, poco a poco, una nueva postura: «Solía afligirme mucho de ver tanta
ceguedad en estas alabanzas y ya me río como si viese hablar un loco».
Volverá a usar la ironía para evidenciar situaciones que
piden cambio. Así, muestra la incoherencia de quienes inventan penitencias y
luego no saben vivir bien en la vida ordinaria, de quienes justifican sus
costumbres y «querrían que otros las canonizasen», o comenta en sus cartas que
«no parece bien estos mocitos, descalzos y en mulas con sus sillas». Para
paliar una contradicción y encaminar hacia la verdadera espiritualidad, mejor
un poco de humor que de desprecio.
Su ironía no se convierte en sarcasmo. No quiere ofender,
pero tampoco puede evitar que haya quien se resienta. Por ejemplo, cuando dice
a sus hermanas que, aunque la Inquisición prohíba libros espirituales, «no os
quitarán el paternóster y el avemaría», el censor se molestó mucho, tachó lo
escrito y apuntó: «Parece que reprende a los inquisidores, que prohíben libros
de oración».
En última instancia, como recomendaba en las Constituciones,
procuraba no ser enojosa sino que hasta en las burlas, mantenía la discreción.
Aunque, por el ejemplo, en el famoso Vejamen –el pequeño certamen espiritual
que organizó–, al responder humorísticamente a las participaciones
espirituales, alguno de sus amigos encajara muy mal la ironía.
La «trascendencia en clave menor» deja muchas puertas
abiertas y queda para pensar por qué una mujer tan espiritual, maestra y
mística, imprime a sus obras este tono, esta mirada especial con tanto humor.
Por qué intercala historietas, algunas muy cómicas, en el relato de sus
Fundaciones, o bromas y comentarios irónicos en medio de la gran historia de amistad
que cuenta en sus libros. Teresa dice algo con todo ello, algo de Dios y de los
seres humanos.
(Fuente: Gema Juan, ocd; en juntos-andemos.blogspot)
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