¡Oh Llave de David! |
DÍA 20 DE DICIEMBRE: OH LLAVE DE DAVID
OH LLAVE DE DAVIDy Cetro de la casa de Israel,que abres y nadie puede cerrar,cierras y nadie puede abrir,VENy libra a los cautivosque viven en tinieblas y sombra de muerte
Todavía no
hemos llegado a ese estado ideal, utópico sin duda, de «an-arquía», en el que
cada uno sea su propio rey y su propio juez, en el que no se necesiten
gobernantes, ministros, jueces, guardias ni policías, porque cada uno sigue los
dictados de su conciencia rectamente formada, porque todos se dejan guiar por
la ley del corazón.
El cetro y las
llaves son signo del poder y de la autoridad judicial. ¿Quién tiene hoy las
llaves de la ciencia y la tecnología; las llaves de las finanzas y la economía;
las llaves del armamento nuclear; las
llaves de la comunicación, de la palabra
y de la imagen; las llaves de la justicia y del derecho? ¡Llaves poderosísimas!
¿Cómo se usan esas llaves?
Hay quien las
utiliza para dominar, para conseguir intereses propios o partidistas, para el
enriquecimiento o glorificación personal. Recuerden el caso de Sobna, que suena
a soborno y corrupción (cf. Is 22,19). Hay quien utiliza el poder de las llaves
para oprimir y matar.
De momento,
echamos de menos una verdadera autoridad, que sea limpia y segura, que no
engañe ni se corrompa, que piense en el bien del pueblo y no en su propio
interés. Que sus modos y estilos de gobernar sean humildes y cercanos. Que sus
decisiones sean firmes y oportunas. Que se gane el aprecio y la confianza del
pueblo.
Y lo mismo
digamos de la justicia. Si ha de haber jueces, que sean hombres dignos,
capaces, independientes. Jueces que no quisieran juzgar, que les duela en el
alma cada sentencia condenatoria. Jueces sensibles y humanos. Jueces que miren
por los desvalidos, a quienes nadie hoy escucha, y que no miren tanto a los
poderosos. Jueces que nunca, en ningún sentido y por nada, se vendan.
Por eso se nos
van los ojos hacia aquel que camina con un Cetro gracioso en su mano, que lleva
colgado al hombro unas Llaves misteriosas, una se llama Justicia y otra Amor,
que «lleva escrito un nombre en su manto y en su muslo: Rey de Reyes y Señor de
Señores» (Ap 19, 16). Es un rey, pero que no viene a ser servido, sino a
servir; que no se sienta en tronos, sino que camina con los humildes. Sus
palabras son sentencias, pero que no condenan, sino que salvan. No ha venido a
condenar, sino a salvar. Es un juez que quita cargas y que inspira confianza.
Ven, Príncipe divino,
sácanos de este loco y sombrío laberinto en que
nos encontramos,
y condúcenos al reino de la verdad y de la libertad.
Ven a imponer el derecho y la misericordia con tu
divino Cetro.
Ven a abrir todas las cárceles,
las de la ciudad y las del alma,
con tus Llaves prodigiosas.
Ven a hacernos libres.
Ven a hacernos reyes.
Ven, Señor, que das señorío.
Ven, Llave que abres todos los corazones.
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