¿ESTÁ CONTIGO?
En los últimos compases de este tiempo de Adviento que
nos lleva a la gran sinfonía del Amor de Dios en Navidad, hemos escuchado con
emoción contenida el mensaje del ángel San Gabriel en la presencia de Santa
María Virgen: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”.
-¿Estamos dispuestos a que, el Señor, esté con nosotros
en estos próximos días?
-¿Le vamos hacer un lugar en las entrañas de estas
jornadas navideñas, en nuestros hogares y en nuestros pensamientos, en nuestras
oraciones y en nuestra forma de celebrar las navidades?
-¿Está el Señor contigo o, tal vez, estás con todo menos
con Dios?
1.- Protagonista singular y querido por todos nosotros el
de María Virgen. Una mujer que, sin tener nada, sintió que lo tenía todo y que,
precisamente por eso, no pretendió ya otra cosa sino ser cauce entre el cielo y
la tierra para que, la tierra, viera el rostro del Salvador. ¡Grande, María,
porque fuiste pequeña! ¡Grande, María, porque Dios se fija en lo humilde y en
lo sencillo! Y, tú persona, es preámbulo y anuncio del cómo vendrá Jesús al
mundo: revestido de sobriedad, en silencio y contigo.
También nosotros, en tantas noches oscuras por la ausencia
de la fe, podemos convertirnos en ángeles de carne y hueso que anuncien allá
donde estemos que, Dios, está de nuestra parte. Que la Navidad, si
es brindis,
lo es por un Niño que llega. Que la Navidad, si es fiesta, es porque expresamos
nuestra alegría de un Dios que viene a nuestro encuentro.
Ese, en este cuarto domingo de adviento, ha de ser
nuestro empeño. ¿Nos colamos por las ventanas del mundo donde vivimos para
hacer presente el mensaje de estos días? ¿Por qué, el grueso de la
evangelización y del anuncio, lo dejamos en manos del Papa, de los Obispos,
sacerdotes o catequistas? ¿Tanto nos cuesta desplegar nuestras “alas
gabrielistas” para que el Señor siga estando presente en las entrañas de
nuestra sociedad como lo estuvo en el interior de la Virgen María? Reflexión
profunda e interpelación seria ante el Dios que sale a nuestro encuentro.
En María, llena de Dios y tocada por Dios encontramos el
secreto de esa fuerza y de ese brío: nadie puede dar lo que no tiene. ¿Ya
tenemos con nosotros a Dios? Porque, claro está, Él sí que nos tiene.
2.- ¡EL SEÑOR ESTA CONTIGO! Es un grito que, desde la
Iglesia y desde las convicciones más profundas de todo creyente, lanzamos a una
sociedad capitaneada por mil soledades. A un ser humano acosado por falsas
esperanza. A una realidad social individualista y con cierta sensación de
orfandad. ¿No me digáis que el anuncio de “El Señor está contigo” no despierta
en nosotros sentimientos de paz y de serenidad, de seguridad y de confianza, de
tranquilidad y de fe?
Todos, en estas próximas Navidades, podemos ser trompetas
que anuncien el gran Misterio de la Navidad o, por el contrario, sordina ante
lo que celebramos. ¿Qué preferimos ser? ¿Ángeles o silenciadores de la Buena
Nueva?
María, ante la llegada del Señor, se entregó de lleno a
la causa de Jesús. No le faltarían preocupaciones, turbaciones, dudas pero, a
continuación, supo que algo grande iba a ocurrir y puso alma, cuerpo y vida,
para que Dios –a través de ella y con ella- se hiciera presente en el mundo en
Jesucristo.
Por eso, en este cuarto domingo de adviento, damos
gracias a la Virgen, a María. Su “sí” nos sigue empujando a exclamar a los
cuatro vientos que, el Señor, ya está llegando; que el Señor va a nacer; que el
Señor está tan dentro de nuestras entrañas como un día lo estuvo en las de
Ella.
¡Gracias, María! ¡Contigo y con nosotros estará el Señor!
3.- ¿QUÉ SENTISTE, MARIA?
Con pocas palabras, pero en Ti María,
habitó por el anuncio de un Ángel
el Misterio de un Dios
humanado.
¿Qué sentiste, Virgen María
ante la llegada
del mensajero?
¿Creíste, acaso, que ese
personaje celestial
se equivocó de puerta?
¿Pensaste que, uno de tus
vecinos,
venía para probar tu fe o tu ingenuidad?
¿Qué sentiste María, dinos Tú que miraste al
cielo,
ante la llegada
del famoso mensajero?
Tal vez, como humilde nazarena,
sentiste que Dios habla en el silencio
Que Dios se hace grande
en el que le recibe
manifestándose
esclavo, humilde…y pequeño
Tal vez, como mujer de Dios,
mirando por la ventana
de tu pobre casa de Nazaret
soñaste que, simplemente,
era una estrella que de
repente
cayó desde el mismo cielo.
O, tal vez, María,
en el secreto escondido
desde hace siglos,
supiste que, contigo,
la partitura comenzaba a
escucharse
que el plan comenzaba a
llevarse a cabo
que, Dios, en una más de las suyas
irrumpía ahora sin ruido, en silencio,
sin más exigencia que tu
obediencia
sin más preguntas que tu
respuesta
sin más palacios que tu
vientre virginal
sin más pregoneros que un Ángel.
Ayúdanos, María,
en medio de los ruidos que sacuden
los valles de nuestras vidas
a escuchar, como Tú lo
hiciste,
la voz de un Dios que sale a nuestro encuentro
en el rostro de un Niño
nacido en pesebre.
(Fuente: Por Javier Leoz, en Betania.es)
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