miércoles, 8 de abril de 2015

“Buscar lo de arriba” (Joseph Ratzinger )


No seguimos al muerto sino al Viviente 

«Éste es el día en que actuó el Señor. Cantemos y alegrémonos en él.» Así cantamos con un versículo del Salterio de Israel que manifestaba intrínsecamente la espera del Resucitado y que, de ese modo, tenía que convertirse en cántico pascual de los cristianos. Cantamos el Aleluya, en el que una palabra del idioma hebreo se ha convertido en expresión intemporal de la alegría de los redimidos. 

Pero ¿es lícito que nos alegremos, realmente? ¿No es la alegría casi algo así como un cinismo, como una burla, en un mundo tan lleno de sufrimiento? ¿Estamos redimidos? ¿Está redimido el mundo? 

Los disparos con los que fue asesinado el arzobispo de San Salvador [Óscar Romero, 1980] durante la consagración son sólo un fogonazo deslumbrante que deja caer su luz sobre el desencadenamiento de la violencia, sobre la barbarización del ser humano que se extiende por todo el orbe. En Camboya desaparece lentamente todo un pueblo, y nadie quiere tomar nota de ello. Y por todas partes hay también hombres que sufren a causa de su fe, de sus convicciones, cuyos derechos son pisoteados. Dimitri Dudko, el sacerdote ruso, dirigió en noviembre de 1980 un mensaje a todos los cristianos, presintiendo probablemente su cercano arresto. Dice Dudko acerca de su mensaje que está hablando desde el Gólgota y, al mismo tiempo, desde el lugar en que el Señor resucitado se apareció atravesando puertas cerradas. Ve Moscú como el Gólgota en que el Señor es crucificado. Pero a la vez lo ve como el lugar en que, a pesar o justamente a raíz de las puertas cerradas que quisieran impedirle el acceso, el Resucitado se hace presente y se manifiesta visiblemente. 

Quien contempla el mundo de ese modo podría preguntarse si realmente tenemos tiempo para pensar en Dios y en las cosas divinas, o si no sería mejor que empleáramos todas las fuerzas para hacer que esta tierra
fuese mejor. Bertold Brecht escribió en su momento el siguiente verso inspirado en la misma convicción: «No os dejéis seducir: moriréis con todos los animales, y después no viene nada más». Brecht veía la fe en el más allá, en la resurrección, como una seducción del hombre que le impide aprehender de lleno este mundo, esta vida. Pero quien opone la semejanza divina del hombre a su semejanza de los animales, pronto lo considerará también como un animal. Y si —como dice otro poeta moderno— morimos como perros, muy pronto viviremos también como perros y nos trataremos como perros, o más bien, como no se debería tratar a ningún perro.

Más honda fue la mirada del filósofo judío Theodor Adorno, que a partir del apasionado anhelo mesiánico de su pueblo preguntó y buscó una y otra vez cómo se puede crear un mundo justo, la justicia en el mundo. Finalmente, Adorno llegó a la siguiente convicción: para que en verdad haya justicia en el mundo tiene que haber justicia para todos y para siempre; es decir, justicia también para los difuntos. Debería ser una justicia que revocara de forma irrevocable y reparara también los sufrimientos del pasado. Pero para que esto fuese posible, debería haber resurrección de los muertos. 

Creo que sobre este trasfondo podemos captar de nuevo el mensaje de la Pascua. ¡Cristo ha resucitado! ¡Sí, hay justicia para el mundo! Existe la justicia completa para todos, una justicia que es capaz de revocar también lo irrevocablemente pasado, porque existe Dios y porque él tiene el poder para ello. Dios no puede sufrir, pero sí compadecer, como formuló una vez san Bernardo de Claraval. Él puede compadecer porque puede amar. Este poder de la 36 compasión a partir del poder del amor es el poder que es capaz de revocar lo irrevocable y otorgar justicia. Cristo ha resucitado, es decir, existe la fuerza que puede crear justicia y que crea justicia. Por eso, el mensaje de la resurrección no es sólo un himno a Dios, sino también un himno al poder de su amor, y por eso un himno al hombre, a la tierra y a la materia. Todo es salvado. Dios no deja que ninguna parte de su creación caiga silenciosamente en lo pretérito. Él ha creado todo para que exista, como dice el libro de la Sabiduría. Él lo ha creado todo para que todo sea una sola cosa y todo le pertenezca, para que sea válido que Dios es todo en todo. 

Pero entonces se plantea la siguiente pregunta: ¿cómo podemos corresponder a este mensaje de resurrección? ¿Cómo puede él introducirse y hacerse realidad entre nosotros? La Pascua es como el resplandor de la puerta abierta que conduce fuera de la injusticia del mundo y la invitación a seguir ese resplandor de luz, a mostrárselo a otros, sabiendo que no se trata de un ensueño sino de la luz real, de la salida real. Pero ¿cómo podemos ir hacia allá? A esa pregunta responde la lectura del domingo de Pascua, donde Pablo escribe a los colosenses: «Si habéis sido resucitados juntamente con Cristo, buscad lo de arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios. Aspirad a lo de arriba, no a lo de la tierra» (Col 3,1s).

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