Queridos hermanos:
No hay Pascua sin comunidad, no se puede vivir la
Resurrección si no es con otros. Aquí no cabe el individualismo que tan
perniciosamente el capitalismo ha metido dentro de nosotros. ¿Preguntarle a
Tomás y a las primeras comunidades cristianas? Si no estás en comunidad,
precisamente el primer día de la semana, no puedes ver a Jesús, tendrás que
venir el siguiente domingo. Ya lo dijo él: “Donde estéis dos o tres reunidos en
mi nombre, allí estoy yo” y nosotros empeñados en ser felices en solitario, en
creer que nos salvamos solos.
¿Y cómo manifiesta Jesucristo su presencia en la comunidad?,
allí donde los hermanos viven la alegría: “Los discípulos se llenaron de
alegría al ver al Señor”. La alegría es el signo de la presencia de Cristo
resucitado, es la victoria de la vida sobre el pesimismo y la tristeza de la
muerte. La alegría cristiana es una sana y serena expresión de la paz interior:
“Paz a vosotros”. Hay muchos cristianos que parece que no están muy
convencidos de esto y piensan que las manifestaciones de alegría en una reunión
litúrgica son una falta de respeto. No estará de más decir que sin
participación de la gente en la Eucaristía no hay alegría. La alegría brota de
la presencia del Señor dentro de nosotros: “Exhaló su aliento sobre ellos y les
dijo: Recibid el Espíritu Santo”, nace del interior. Alegría, Paz y Espíritu,
son las expresiones comunitarias de la Resurrección, que nos van a repetir todos
los textos de estos domingos de Pascua. Rescatemos la alegría en nuestras
reuniones y celebraciones, el Papa Francisco, aparte de escribir su exhortación
sobre “La alegría del Evangelio”, últimamente nos dice: “No quiero sacerdotes
con la cara avinagrada”, lo mismo se podría aplicar a todos los creyentes.
La alegría de la Pascua es el gozo de compartir, como nos lo
recuerda la primera lectura de los
Hechos de los Apóstoles: “Los apóstoles
daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucho valor”. Hasta tal
punto que se desprendían de sus bienes y tierras para distribuirlos según
necesidad. “Lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio nada de lo que
tenía”, todo el texto que leemos en este domingo, a muchos les pareció una
utopía, incluso algunos doctos hablaron de un fanatismo de los primeros
cristianos o de que no sería del todo así. Hoy, no sólo es el fundamento de la
Doctrina Social de la Iglesia, sino uno de los grandes ideales de nuestra
sociedad: que los bienes materiales estén en función del bien común de toda la
comunidad y no de unos pocos. El individualismo, incluso el religioso (“mi
Cristo”, “mi Iglesia”, “mi Misa”, “mi Comunión”, “mi parroquia”,” mi grupo”…),
que aún vivimos, es una forma de capitalismo que ha calado mucho más hondo de
lo que nosotros imaginábamos. Sólo en comunidad podemos palpar la presencia de
Jesús como un bien común, y también su paz y su alegría. Quien no viva con sus
hermanos ni comparta la alegría fraterna, no tiene la paz ni la alegría del
Señor.
Tomás, “llamado “el Mellizo”, el incrédulo que se resiste a
creer por el simple testimonio de los otros, es cualquiera de nosotros,
somos sus “mellizos”. Él quiere ver y tocar: “Si no veo en sus manos la señal
de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano
en el costado, no lo creo”, como nos pasa a ti y a mi muchas veces. Pero
la fe no necesita ver, de ahí la pregunta de Jesús: “¿Porque me has visto has
creído? Dichosos los que crean sin haber visto”. La fe surge del encuentro con
los hermanos y viendo a los hermanos podemos decir: “¡Señor mío y Dios mío!”,
no puedes verlo si no te unes a los hermanos.
En Pascua nace la Iglesia y es tiempo de sentirla como la
comunidad de creyentes que se reúnen cada domingo en una parroquia para
celebrar la vida desde la fe. La parroquia nos necesita para seguir estando
cercana a tantas personas que buscan, para renovarla en sus formas y en su
sensibilidad, para despojarla de ropajes históricos, para hacerla más joven.
Pero también nosotros la necesitamos para que nuestra fe no sea un reducto, una
secta, donde celebramos maravillosamente la Pascua en solitario sin que nos
molesten las abuelas, los del cumplimiento dominical, o los que dudan. Para
poderse encontrar con el Jesús real mas allá de nuestros intimismos debemos
interrogarnos sobre nuestra presencia en las parroquias que tienen un montón de
defectos y limitaciones, pero es el sitio de la comunidad. Nada de elitismos,
es tiempo de dar lo que nos dieron, de estar dentro para salir fuera, es tiempo
de encontrarnos cada domingo con todos aquellos que están en camino. Nada sin
comunidad, sin comunidad no hay Pascua, pero no una comunidad echa a mi medida,
sino la de los humildes seguidores del resucitado, del Viviente, que quiere
estar al lado de los más pequeños, de los más pobres. Te espero este domingo y
el otro con las puertas abiertas, en medio de la plaza, en la esquina del
barrio, donde se planta la torre que quiere ser lugar de referencia y de salida
en esta Pascua.
Julio César Rioja, cmf
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