¿Qué es lo más importante para ti en la vida? Como una
cascada se suscitan miles de respuestas da acuerdo a las prioridades y valores
de cada uno, pero de una u otra forma aparece el amor como motor del actuar y
de la vida de todas las personas. Sin embargo una cosa es decir y otra muy
diferente el hacer. Cuando se amplía un poco más la encuesta y se ponen otros
parámetros, se descubre que el amor, que se decía tan importante, va quedando
muy lejos de los principales valores. Las lecturas de este domingo quieren
llevarnos a reflexionar sobre las bases importantes de un discípulo de Jesús y
sus motivaciones para seguirlo. En los pocos versículos que leemos de la carta
de San Juan, descubrimos la grandeza y profundidad del amor, pero de un amor
que “no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó
primero y nos envió a su Hijo”. Así cambia radicalmente la visión de quien ama
como por obligación, la gran noticia es descubrirnos amados por Dios y como
consecuencia de esa bella experiencia brota el amor a nuestros prójimos.
Como si nos hubiera dejado un tiempo para meditar el
evangelio del domingo pasado, hoy retorna Jesús a profundizar la bella imagen
de la vid. Cada elemento de esta comparación nos ayuda para la vida diaria y
para mostrar nuestro crecimiento espiritual, pero se ha clavado en mi mente la
expresión de Jesús: “Permanezcan en Mí”, porque se repite como un estribillo.
Mentalmente contemplo las ramas de una vid y me imagino toda la vida y
dinamismo que llevan por dentro. Exteriormente parecen impasibles e inmóviles,
poco se puede detectar su crecimiento; pero en su interior ¡cuánta vida tienen!
¡Cómo reciben la savia que brota de la raíz, se alimentan de ella y la hacen
circular para generar nueva vida! Pero a su vez también
reciben energía desde
sus ramas y de sus hojas. Un incesante movimiento desde el tronco hasta la
última ramita y viceversa. Y sin embargo parece que no pasa nada, no hay
escándalo, no hay ruido, pero sí una actividad que da mucha vida. Es el ejemplo
más bello para el verdadero discípulo de Jesús: recibir su vida, fortalecerse,
llenarse de ella y siempre continuar transmitiéndola. Así, frente a los
hermanos se puede adoptar la bella actitud de dar y recibir al igual que se
hace de Jesús. ¿Cómo es mi “permanecer” con Jesús? ¿Un estático y cómodo
situarme en la Iglesia, en la sociedad y en la comunidad? ¿Recibo y doy vida?
La unidad y el servicio como distintivo del cristiano ya
llenarían la vida, pero Jesús quiere cimentar bien a sus discípulos, amplía
mucho más nuestro horizonte y nos lanza en una nueva perspectiva: el amor.
Pero, ¿qué es el amor? En días de devaluación de muchas cosas, hay una que
sobresale por su gran caída y confusión: el amor. Está tan devaluado que a
cualquier cosa se le llama amor, aunque no tenga nada que ver con un verdadero
amor: al sexo, al compañerismo, a la atracción, a la necesidad, etc. Jesús nos
enseña lo que es el verdadero amor: “dar la vida por sus amigos”. No es solamente
el sentirse a gusto, que en un momento pasa; no es la atracción, que puede
convertirse en hastío; no es la necesidad de alguien o el miedo a la soledad.
Es buscar la felicidad del otro.
Frente a modelos que caducan o son muy limitados, Jesús se
nos propone como el único modelo: “ámense como Yo los he amado” y nos ha amado
cuando aún no lo conocíamos, y nos ha amado cuando vivíamos en pecado y nos ha
amado a pesar de nuestras traiciones e infidelidades. No es el amor
condicionado de padres o novios: “Si de veras me quieres, tienes que hacer mi
capricho…” o “Si no haces lo que yo digo, ya no te quiero…” No, es amar a la
otra persona y buscar su felicidad. Si de verdad amáramos, no se terminarían
tantas amistades por un simple enojo; no se dividirían las familias porque los
hijos se sienten solos o sus padres no saben cómo acercarse a ellos; no se
divorciarían tan fácil las parejas tan sólo porque no es el otro como ellos
esperaban. El verdadero amor va mucho más allá y Jesús nos enseña todo el valor
que tiene. Es el primer, principal y único mandamiento. ¿Cómo lo estamos
cumpliendo? ¿Nos distinguimos los cristianos por saber amar?
Las palabras que hoy escuchamos de Jesús son de fuerte
inspiración y presentan no sólo su programa de vida y una motivación para cada
uno de nosotros, sino nos explican toda su actividad, sus palabras, su
abajamiento, su cruz y su resurrección: “Como el Padre me ama, así los amo Yo”.
Este texto nos devela el secreto y motivo último que ha impulsado y guiado toda
su vida. Es como un gran circuito que comienza con el amor del Padre, que
continúa con el mismo Jesús, nos abraza a nosotros con su amor, nos impulsa a
amarnos los unos a los otros y nuevamente vuelve al ámbito amoroso del Padre.
Es mandamiento, es cierto, pero mucho más que mandamiento es la experiencia de
sentirse amado y no poder ahogar dentro de nosotros mismos esa fuerza que
inspira y da el mismo Jesús. Muy lejos de los amores egoístas e interesados en
que nos movemos ordinariamente los humanos. Pero debemos experimentar este gran
amor, que no crea servidores, que no esclaviza, que libera y da vida.
Dos últimas características de este amor de Jesús que mucho
ha destacado el Papa Francisco: nos lleva a una alegría plena y nos ha elegido
gratuitamente. Quizás los cristianos hemos pensado muy poco en la alegría de
Jesús, pero es una de las señales de su presencia en nosotros. La alegría es la
sonrisa de Dios en nuestras vidas. Es muy triste que a veces se identifique a
los cristianos con rostros marchitos, personas aburridas y aguafiestas. El
cristiano debe tener la mayor alegría en su corazón al reconocerse amado por
Jesús. Pero este amor, no es en base a sus propios méritos, Jesús nos lo otorga
gratuitamente y Él nos ha elegido a nosotros. Somos sus preferidos. Por eso la
extensión de ese amor debería nacer espontánea: el amor a los hermanos. Y no el
amor color de rosa, sino el amor del compromiso y de la entrega, el amor fiel.
Es bellísimo este pasaje y ojalá, más que estudiarlo, en este día lo viviéramos
en presencia de Jesús. Lo dialogáramos en íntimo coloquio con Él. Abriéramos
nuestro corazón y nos dejáramos amar. Así aprenderíamos a amar.
Dios, Padre nuestro,
que en Jesús de Nazaret, nuestro hermano, nos has manifestado tu amor, gratuito
y universal, concédenos experimentar este gran amor y hacerlo vida a favor de
nuestros hermanos. Amén.
(Autor: Mons. Enrique
Díaz Diaz)
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