Queridos hermanos:
Acabamos el año litúrgico y la Iglesia nos invita a hacer un
resumen de todo este tiempo, proclamando a Jesucristo como Rey, el centro de
nuestra fe. Es verdad que en Viernes Santo, en la Pascua, en la Ascensión y
sobre todo en cada Eucaristía, sentimos a Jesús como el Señor de nuestra vida.
Pero hoy queremos evidenciar que él es el que da sentido a la historia, el
universo, la comunidad y nuestra propia existencia.
Jesús no es un rey, ni tiene poder político, no es un
escriba, ni un sacerdote. Lo suyo no es enseñar una doctrina religiosa, ni
explicar la ley de Dios, ni asegurar el culto de Israel. Es un profeta
itinerante de Galilea, que anuncia un acontecimiento, algo que está ocurriendo
y que pide ser escuchado y atendido, pues lo puede cambiar todo. Él lo está
experimentando e invita a todos a compartir esta experiencia. Dios está
tratando de introducirse en la historia humana. Hay que cambiar y vivirlo todo
de manera diferente: “El Reino está cerca. Cambiad de manera de pensar y creed
en esa Buena Noticia”. A esto Jesús lo llamó el Reino de Dios y es el corazón
de su mensaje y la pasión que animó toda su vida. Este es el sentido del Reino.
Pero esto no lo entiende Pilato, ni nosotros aún hoy, el se
resistió siempre a ser proclamado rey por sus partidarios y les exigirá a los
apóstoles que no sean como los reyes y gobernantes, que hacen
sentir su
autoridad, sino que se comporten como los servidores de todos. El cartel de la
cruz INRI (Jesús Nazareno, rey de los judíos), es una ironía. Podemos decir que
su reino es la vida tal como la quiere construir Dios. Y a nosotros nos parece
más importante, saber que hemos de pensar de Dios, cómo cumplir sus mandatos,
cómo ofrecerle un culto agradable. Jesús, por su parte, sólo buscaba una cosa:
que hubiera en la tierra hombres y mujeres, que comenzaran a actuar como actúa
Dios. ¿Cómo sería la vida, si la gente, el mundo, el universo, la historia se
pareciera más a como Dios la imagino y creo?
Jesús le confirma a Pilato que su reinado es de otro estilo:
“Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera
en manos de los judíos”. Por lo tanto, Jesús es rey, pues: “Para esto he nacido
y para esto he venido al mundo”. Pero la palabra “rey” tiene en sus labios un
significado completamente distinto. En efecto, para él ser rey significa: “Dar
testimonio de la verdad”. Y sus súbditos son quienes escuchan su palabra de
verdad, la Verdad del Padre.
A partir de este rey coronado de espinas, burlado por los
soldados y asesinado en una cruz de esclavos. No nos avergoncemos de un Cristo
perseguido y muerto por ser testigo de la Verdad: “la Verdad nos hará libres”.
“Todo el que es de la Verdad, escucha mi voz”, el que con corazón sincero mira
a este rey tan singular y acepta su camino de humildad y renuncia, pertenece a
su reino. “Buscad primero el Reino de Dios y su justicia y lo demás se os dará
por añadidura”, cuanto entretenimiento en las añadiduras, en pensar que el
reino lo acaparamos nosotros, o la Iglesia. El reino es universal, consiste en
la soberanía del amor y engendra una nueva raza de hombres basada en la
misericordia y la compasión.
Este es también el resumen, de todas las homilías que os he
ido transmitiendo durante todo este ciclo litúrgico, algunos han podido pensar
que recurrir al reino es escaparse, pero si lo miráis bien es mucho más
exigente. Celebremos este domingo con sencillez, sabiendo que el amor vencerá
sobre el odio, la paz a la guerra, la humildad sobre el orgullo, el servicio
fraterno sobre el individualismo. Y recemos con la segunda lectura del
Apocalipsis: “A Jesucristo, el testigo fiel, el primogénito de entre los
muertos, el Príncipe de los reyes de la tierra. A aquel que nos amó, nos ha
liberado de nuestros pecados por su sangre, nos ha convertido en un reino y
hecho sacerdotes de Dios, su Padre, a Él, la gloria y el poder por los siglos
de los siglos. Amén”
(Autor: Julio César
Rioja, cmf)
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