Tras su muerte nos queda el silencio, a voces,
de sus
palabras grabadas en el viento, cuyo eco sólo se escucha desde el alma.
Cuantos les hemos conocido y querido
seguiremos escuchando
su voz.
Y su presencia evanescente,
jugando al amigo invisible por
los rincones familiares.
Sabemos que al final del juego, todos nos reencontraremos.
Tras su ocaso, la vida en plenitud,
vivida y gozada en el paraíso
del Amor,
donde se ha desvanecido la muerte y el dolor,
y se le ve a Dios cara
a cara.
Finalmente la memoria agradecida
por la vida entregada, los
amores compartidos,
los sueños felices cumplidos.
Una persona muere
cuando se borra de nuestro corazón su
memoria,
por eso los nuestros no morirán jamás.
(Autor: Jesús García Herrero)
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