Queridos hermanos:
En este domingo la Iglesia celebra la fiesta de la Sagrada
Familia. El Evangelio de hoy contiene algunos aspectos interesantes, acerca de
lo implica la vida familiar. Cuando Jesús cumplió los doce años, tiempo en que
termina la infancia y empieza la adolescencia, sucede este relato, que sin duda,
significa una nueva manera de relacionarse con sus padres y de sus padres con
él. El cambio no sólo es fisiológico, sino también cultural, a partir de esa
edad, parece que la ley exigía ir al templo de Jerusalén cumpliendo con el
culto, aunque: “Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por las
fiestas de Pascua”.
Lo sorprendente, es que abandona a sus padres para quedarse
en el templo con los doctores de la ley, parece que se hace consciente, de que
ya es el momento de empezar a ocuparse de las cosas de su Padre. Sus padres,
como los de cualquier adolescente están angustiados, tardan tres días en
encontrarlo: “Dijo su madre: Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu
padre y yo te buscábamos angustiados”. Y él responde casi con rebeldía: “¿Por
qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?”.
“Pero ellos no comprendieron lo que quería decir”, era una respuesta a la que
no estaban acostumbrados.
El incidente termina bien: “Él bajó con ellos a Nazaret y
siguió bajo su autoridad. Su madre conservaba todo esto en su corazón. Y Jesús
iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante
Dios y los hombres”.
Aprender a “perder al niño”, como José y María perdieron a Jesús en el templo,
es el sacrificio de los padres para que tanto ellos como sus hijos, puedan
nacer a una forma más madura de vivir. La actitud de María que conservaba todo
en el corazón, es la más apta tanto para los padres, como para sus hijos en
este crecer en la vida familiar.
Hoy la rapidez de los cambios sociales y culturales, nos
impiden en muchas ocasiones, asimilar las nuevas formas y maneras familiares.
No entendemos muchas de las acciones de nuestros hijos o nietos, de nuestros
hermanos, a la hora de educar, de valorar el uso del tiempo o del dinero y
sobre todo, de relacionarse. Separaciones, parejas de hecho, violencia de
género, familias monoparentales, matrimonios del mismo sexo… hacen a muchos
dudar, de lo que transmitieron y de lo que pensaban que eran los principios
fundamentales sobre la familia y hoy no se tienen en cuanta esas
enseñanzas que parecían nacidas de la fe.
Es verdad, hay una crisis familiar que quizás comienza en
esas habitaciones que tienen de todo: televisión, móviles, ordenador,
internet,… refugios para nuestra vida individual. Que continua no sentándose a
comer juntos y cuando lo hacemos, de forma rápida y viendo a los famosos, los
políticos… sin tiempo para comentar en familia el diario vivir. Comentamos más
las anécdotas, que las opciones serias y responsables que debemos tomar en la
vida. Y termina o se prolonga al no poder compatibilizar la vida laboral con la
vida familiar.
Tenemos una tarea sería: crear espacios y dedicar tiempos
para compartir, ir a lo esencial para crecer, contrastar nuestras formas de
pensar y de ser, buscar la calidad de vida. En estos días de Navidad en los que
todas las familias se encuentra para comer o cenar, es tiempo de celebrar y
recordar los fuertes vínculos que entrelazan las diversas generaciones, para
que cada cual progresemos como personas. Son momentos para besar, reconciliar,
orar, guardar en el corazón todo eso nuevo que nos sorprende y que también
necesita su tiempo de maduración.
Convivir en familia no siempre es fácil. Sin embargo, es en
la familia donde nacemos y donde seguimos naciendo muchas veces hasta alcanzar
nuestra plena autonomía. El evangelio nos invita a comprender cómo esos
constantes nacimientos se dan no sin dolor, ni sin angustia, pero todo ello es
necesario para que sepamos crecer, respondiendo con fidelidad a la llamada de
Dios. Bien vale la pena realizar el esfuerzo que se nos reclama: hacer de cada
hogar un instrumento del crecimiento de la persona humana.
(Autor: Julio César Rioja)
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