Erase una vez un río. Discurría por la
montaña y ya soñaba presuroso con el mar. Un buen día advirtió que había nubes
sobre él. Eran hermosas y caprichosas. El río quería tener una sólo para él.
Pero las nubes eran esquivas. De pronto sopló el viento con fuerza y barrió
todas las nubes. El río enamorado pensó que ya no valía la pena vivir. Quería
morirse. ¿Para qué seguir viviendo si ya no había nubes?
Esa noche, sin embargo, el río volvió sobre
sí mismo. Jamás había mirado en su interior. Y escuchó su llanto. Y descubrió
algo muy importante. Comprendió que las nubes no eran más que agua. Y que él
mismo era agua.
Al día siguiente vio el cielo azul por
primera vez en su vida. Jamás había reparado en él. Por la noche recibió en su
corazón de río la imagen de la luna llena. No se podía imaginar tanta belleza.
Más tarde
volvieron las nubes, pero ya no quiso poseer a ninguna. Comprendió
que no debía correr tras ellas, que podía ser él mismo y disfrutar de su
belleza. (Thich Nhat Hanh)
PARA REFLEXIONAR
- ¿Qué me revela esta narración sobre la
manera de vivir las esperas y expectativas con respecto a los demás?
- ¿He vivido últimamente algún
acontecimiento de decepción en mis esperas?
-¿Qué me pide Dios?
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