Estaba acostumbrada a los desaires, desprecios y juicio de
la gente, incluso cuando no me veían en mis andanzas laborales… la gente
siempre había visto en mí a la pecadora, jamás me habían mirado a los ojos, ni
mucho menos al corazón.
Ese día había comenzado mi tarea diaria: la oración para
comenzar la jornada encomendándome al único Dios verdadero, el desayuno, las
tareas de la casa y a trabajar.
No sé lo que se siente ser amada, nunca me lo dijeron en
serio, el tiempo hace que las palabras dichas al viento suenen duras a tus
oídos y no surtan ningún efecto al corazón: “te quiero”,” no te comparas a
nadie”,” sos la mejor”, “te amo”… bah! Palabras vacías y huecas, pero cómo
duele cuando el alma se dispone a brotar a piel para recibir una caricia, de esas
que parecen verdaderas en otras mujeres que no son… como
yo, las serias, las
humildes, honestas, morales y sinceras, pero no hay nadie que te quiera de
verdad…
Y sabía que algún día sucedería, había visto la muerte muy
cerca en otras ocasiones, pero esta vez, era mi turno… “la culpable” era yo, el
que vino a buscarme y pagó para que yo lo quisiera “era inocente” para todos
los que me miraban con asco y repulsión; me sentía sucia, incomprendida, -“ninguno
sabe lo que guarda mi corazón”, pensé. Lloré todo el camino que me llevaron a
rastras, los gritos de “pecadora”, “apedrearla es poco”, “que muera” golpeaban
mi corazón, ese que cada día se encomienda a Dios para empezar la jornada.
Y me pusieron frente a Él, inmutable, indiferente, sólo
escribía en el suelo unas líneas que no lograba leer porque el pecado, que se
me notaba hasta por los poros, era como una pesada piedra que me impedía
mirarlo, la cabeza gacha, el vestido arrancado, los hombros al descubierto…¡qué
apenada y dolorida tenía el alma!
Él habló con autoridad y ante sus palabras nadie continuó su
juicio, sentí el golpe de cada piedra cayendo sobre el suelo… alcé la vista y
todos se habían ido, todos habían desistido de apedrearme… y el Señor me dirigió
sus palabras, ¡me perdonó! ¿cómo adivinó el dolor de mi pecado, cómo supo que
en realidad la vida se me había vuelto un infierno del que clamaba al cielo por
salir? Él lo supo, intuyó la carga del pecado que me había arrastrado hasta Él
y que en lugar de hundirme me alcanzó su perdón y misericordia.
Le prometí no volver a pecar, he dejado aquél pasado en sus
manos y me ha devuelto la dignidad, hoy soy cristiana, lo sigo, sus palabras
son esperanza para mi alma y me ha hecho saber que soy una “hija amada de Dios”.
He aprendido que la misericordia de Dios es infinita, que
nadie es tan pecador que no merezca el perdón y amor de Dios, que tenemos un
Dios que nos busca incesantemente para abrigarnos en su seno paternal y que no
descansa hasta conseguirlo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
DEJANOS TU COMENTARIO