Queridos hermanos:
La presencia de Jesús en nuestras vidas, no es algo
indiferente para nosotros, ni para los que nos rodean, si lo fuera, tendríamos
que dudar de que no sea más que un barniz superficial. Ha venido a traer fuego
y el fuego quema, purifica, acrisola. Quiere prenderlo en el mundo, es el ardor
por el Reino, por la evangelización, por transmitir el mensaje de Dios. En este
sentido nosotros no somos bomberos, somos más bien pirómanos: “¡Ojalá estuviera
ya ardiendo!”. El fuego pues, puede ser un elemento de destrucción o de
purificación, en el contexto del evangelio de hoy, parece ser una fuerza
positiva de transformación.
“Con un bautismo tengo que ser bautizado, ¡y qué angustia
sufro hasta que se cumpla!”, ser bautizado parece ser para Jesús, ser
crucificado, o sea, sufrir y morir por los hombres. Nos lo recuerda toda la
segunda lectura de la Carta a los Hebreos:”… Fijos los ojos en el que inició y
completa nuestra fe, Jesús, quien, en lugar del gozo inmediato, soportó la
cruz…Recordad al que soportó tal oposición de los pecadores, y no os canséis ni
perdáis el ánimo. Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra
el pecado”. Jesús ha traído un fuego, una misión, que lleva en muchas
ocasiones, al conflicto y a la muerte, en esta situación se encuentra Jeremías
en la primera lectura.
“¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, sino
división”. Nuestro bautismo si tuviera la fuerza de este fuego, (las llamas del
Espíritu Santo del Bautismo y la Confirmación), en una sociedad
como la nuestra
ocasionaría inevitablemente conflictos y división. Pero la mayoría de nosotros
estamos mejor instalados, no en la denuncia, sino en la justificación del
sistema, votamos a políticos impresentables y a los que sufren la precariedad,
la pobreza, el desahucio, les mandamos a Cáritas. Escuchamos en el Evangelio o
predicamos en las iglesias una cosa, pero cuando salimos fuera, nos unimos al
criterio de la mayoría sobre los extranjeros, los bancos, la corrupción… Mejor
no crear división, vivir la paz de los cementerios y llamar a los demás
populistas, (no decían algo parecido de Jesús, que soliviantaba al pueblo).
Lucas, todo esto lo traslada a la familia, una de las
instituciones básica en la sociedad: “En adelante una familia de cinco estará
dividida…”, madres, padres, hijos, hijas, suegras, nueras, lo que llamamos la
familia de sangre, que parece que es lo que da más identidad y pertenencia, se
dividirá a causa del seguimiento. En el Evangelio, aparecen dos tipos
diferentes de familia en muchas ocasiones, la basada en el parentesco, la
tradicional, la civil y la familia comunitaria basada en el discipulado,
recordemos: “¿Quién son mi madre y mis hermanos?”. Jesús parece dar más
importancia a este segundo tipo de relaciones.
En la familia habitual pueden ponerse unos contra otros, a
cierto nivel, vemos que en nuestras familias no todos son creyentes, ni van a
la Iglesia o vivimos de la misma manera, ni usamos los mismos criterios o
prácticas. Hoy la familia está viviendo un momento de cambios profundos y no
sólo en el aspecto religioso. La propuesta de Jesús se basa en el riesgo y la
libertad, es un proyecto de humanización. Todos sabemos que este camino, cuesta
a veces, sangre, sudor y lágrimas, también dentro de nuestras familias,
(cuantas insistencias, oraciones, testimonios, palabras y no hay cambios de
parecer, más bien parecen oponerse más). Será doloroso, son de los nuestros,
pero merece la pena.
Termino con un texto de José Antonio Pagola: “El Fuego
traído por Jesús”: “Por los caminos de Galilea Jesús se esforzaba por contagiar
el “fuego que ardía en su corazón. En la tradición cristiana han quedado
huellas diversas de su deseo. Un evangelio apócrifo recuerda una frase cuyo eco
puede ser de Jesús: “el que está cerca de mí, está cerca del fuego. El que está
lejos de mí, está lejos del Reino”. Jesús desea que el fuego que lleva dentro
prenda de verdad, que no lo apague nadie sino que se extienda por toda la
tierra y que el mundo entero se abrase. Quien se aproxima a Jesús con los ojos
abiertos y el corazón encendido, va descubriendo que el “fuego” que arde en su
interior es la pasión por Dios y la compasión por los que sufren. Esto es lo
que le mueva, le motiva y le hace vivir buscando el Reino de Dios y su justicia
hasta la muerte”
(Autor: Julio César
Rioja, cmf)
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