Usemos misericordia con nuestra casa común
En unión con los hermanos y hermanas ortodoxos, y con la
adhesión de otras Iglesias y Comunidades cristianas, la Iglesia católica
celebra hoy la anual «Jornada mundial de oración por el cuidado de la
creación». La jornada pretende ofrecer «a cada creyente y a las comunidades una
valiosa oportunidad de renovar la adhesión personal a la propia vocación de
custodios de la creación, elevando a Dios una acción de gracias por la
maravillosa obra que él ha confiado a nuestro cuidado, invocando su ayuda para
la protección de la creación y su misericordia por los pecados cometidos contra
el mundo en el que vivimos».[1]
Es muy alentador que la preocupación por el futuro de
nuestro planeta sea compartida por las Iglesias y las Comunidades cristianas
junto a otras religiones. En efecto, en los últimos años, muchas iniciativas
han sido emprendidas por las autoridades religiosas y otras organizaciones para
sensibilizar en mayor medida a la opinión pública sobre los peligros del uso
irresponsable del planeta. Quisiera aquí mencionar al Patriarca Bartolomé y a
su predecesor Demetrio, que durante muchos
años se han pronunciado
constantemente contra el pecado de causar daños a la creación, poniendo la
atención sobre la crisis moral y espiritual que está en la base de los
problemas ambientales y de la degradación. Respondiendo a la creciente atención
por la integridad de la creación, la Tercera Asamblea Ecuménica Europea (Sibiu
2007) proponía celebrar un «Tiempo para la creación», con una duración de cinco
semanas entre el 1 de septiembre (memoria ortodoxa de la divina creación) y el
4 de octubre (memoria de Francisco de Asís en la Iglesia católica y en algunas
otras tradiciones occidentales). Desde aquel momento dicha iniciativa, con el
apoyo del Consejo Mundial de las Iglesias, ha inspirado muchas actividades
ecuménicas en diversos lugares.
Debe ser también un motivo de alegría que, en todo el mundo,
iniciativas parecidas que promueven la justicia ambiental, la solicitud hacia
los pobres y el compromiso responsable con la sociedad, están fomentando el
encuentro entre personas, sobre todo jóvenes, de diversos contextos religiosos.
Los Cristianos y los no cristianos, las personas de fe y de buena voluntad,
hemos de estar unidos en el demostrar misericordia con nuestra casa común ―la
tierra― y valorizar plenamente el mundo en el cual vivimos como lugar del
compartir y de comunión.
1. La tierra grita…
Con este Mensaje, renuevo el diálogo con «toda persona que
vive en este planeta» respecto a los sufrimientos que afligen a los pobres y la
devastación del medio ambiente. Dios nos hizo el don de un jardín exuberante,
pero lo estamos convirtiendo en una superficie contaminada de «escombros,
desiertos y suciedad» (Laudato si’, 161). No podemos rendirnos o ser
indiferentes a la pérdida de la biodiversidad y a la destrucción de los
ecosistemas, a menudo provocados por nuestros comportamientos irresponsables y
egoístas. «Por nuestra causa, miles de especies ya no darán gloria a Dios con
su existencia ni podrán comunicarnos su propio mensaje. No tenemos derecho»
(ibíd., 33).
El planeta continúa a calentarse, en parte a causa de la
actividad humana: el 2015 ha sido el año más caluroso jamás registrado y
probablemente el 2016 lo será aún más. Esto provoca sequía, inundaciones,
incendios y fenómenos meteorológicos extremos cada vez más graves. Los cambios
climáticos contribuyen también a la dolorosa crisis de los emigrantes forzosos.
Los pobres del mundo, que son los menos responsables de los cambios climáticos,
son los más vulnerables y sufren ya los efectos.
Como subraya la ecología integral, los seres humanos están
profundamente unidos unos a otros y a la creación en su totalidad. Cuando
maltratamos la naturaleza, maltratamos también a los seres humanos. Al mismo
tiempo, cada criatura tiene su propio valor intrínseco que debe ser respetado.
Escuchemos «tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres» (ibíd.,
49), y busquemos comprender atentamente cómo poder asegurar una respuesta
adecuada y oportuna.
2. …porque hemos pecado
Dios nos ha dado la tierra para cultivarla y guardarla (cf.
Gn. 2,15) con respeto y equilibrio. Cultivarla «demasiado» ‒esto es abusando de
ella de modo miope y egoísta‒, y guardarla poco es pecado.
Con valentía, el querido Patriarca Bartolomé, repetidamente
y proféticamente, ha puesto de manifiesto nuestros pecados contra la creación:
«Que los seres humanos destruyan la diversidad biológica en la creación divina;
que los seres humanos degraden la integridad de la tierra y contribuyan al
cambio climático, desnudando la tierra de sus bosques naturales o destruyendo
sus zonas húmedas; que los seres humanos contaminen las aguas, el suelo, el
aire. Todo esto es pecado». Porque «un crimen contra la naturaleza es un crimen
contra nosotros mismos y un pecado contra Dios»[2].
Ante lo que está sucediendo en nuestra casa, que el Jubileo
de la Misericordia pueda llamar de nuevo a los fieles cristianos «a una
profunda conversión interior» (Laudato si’, 217), sostenida particularmente por
el sacramento de la Penitencia. En este Año Jubilar, aprendamos a buscar la
misericordia de Dios por los pecados cometidos contra la creación, que hasta
ahora no hemos sabido reconocer ni confesar; y comprometámonos a realizar pasos
concretos en el camino de la conversión ecológica, que pide una clara toma de
conciencia de nuestra responsabilidad con nosotros mismos, con el prójimo, con
la creación y con el creador (cf. ibíd., 10; 229).
3. Examen de conciencia y arrepentimiento
El primer paso en este camino es siempre un examen de
conciencia, que «implica gratitud y gratuidad, es decir, un reconocimiento del
mundo como un don recibido del amor del Padre, que provoca como consecuencia
actitudes gratuitas de renuncia y gestos generosos […] También implica la
amorosa conciencia de no estar desconectados de las demás criaturas, de formar
con los demás seres del universo una preciosa comunión universal. Para el
creyente, el mundo no se contempla desde fuera sino desde dentro, reconociendo
los lazos con los que el Padre nos ha unido a todos los seres» (ibíd., 220).
A este Padre lleno de misericordia y de bondad, que espera
el regreso de cada uno de sus hijos, podemos dirigirnos reconociendo nuestros
pecados contra la creación, los pobres y las futuras generaciones. «En la
medida en que todos generamos pequeños daños ecológicos», estamos llamados a
reconocer «nuestra contribución –pequeña o grande– a la desfiguración y
destrucción de la creación».[3] Este es el primer paso en el camino de la
conversión.
En el 2000, también un Año Jubilar, mi predecesor san Juan
Pablo II invitó a los católicos a arrepentirse por la intolerancia religiosa
pasada y presente, así como por las injusticias cometidas contra los hebreos,
las mujeres, los pueblos indígenas, los inmigrantes, los pobres y los no
nacidos. En este Jubileo Extraordinario de la Misericordia, invito a cada uno a
hacer lo mismo. Como personas acostumbradas a estilos de vida inducidos por una
malentendida cultura del bienestar o por un «deseo desordenado de consumir más
de lo que realmente se necesita» (ibíd., 123), y como partícipes de un sistema
que «ha impuesto la lógica de las ganancias a cualquier costo sin pensar en la
exclusión social o la destrucción de la naturaleza»,[4] arrepintámonos del mal
que estamos haciendo a nuestra casa común.
Después de un serio examen de conciencia y llenos de
arrepentimiento, podemos confesar nuestros pecados contra el Creador, contra la
creación, contra nuestros hermanos y hermanas. «El Catecismo de la Iglesia
Católica nos hace ver el confesionario como un lugar en el que la verdad nos
hace libres para un encuentro».[5] Sabemos que «Dios es más grande que nuestro
pecado»,[6] de todos los pecados, incluidos aquellos contra la creación. Allí
confesamos porque estamos arrepentidos y queremos cambiar. Y la gracia
misericordiosa de Dios que recibimos en el sacramento nos ayudará a hacerlo.
4. Cambiar de ruta
El examen de conciencia, el arrepentimiento y la confesión
al Padre rico de misericordia, nos conducen a un firme propósito de cambio de
vida. Y esto debe traducirse en actitudes y comportamientos concretos más
respetuosos con la creación, como, por ejemplo, hacer un uso prudente del
plástico y del papel, no desperdiciar el agua, la comida y la energía
eléctrica, diferenciar los residuos, tratar con cuidado a los otros seres vivos,
utilizar el transporte público y compartir el mismo vehículo entre varias
personas, entre otras cosas (cf. Laudado si’, 211). No debemos pensar que estos
esfuerzos sean demasiado pequeños para mejorar el mundo. Estas acciones
«provocan en el seno de esta tierra un bien que siempre tiende a difundirse, a
veces invisiblemente» (ibíd., 212) y refuerzan «un estilo de vida profético y
contemplativo, capaz de gozar profundamente sin obsesionarse por el consumo»
(ibíd., 222).
Igualmente, el propósito de cambiar de vida debe atravesar
el modo en el que contribuimos a construir la cultura y la sociedad de la cual
formamos parte: «El cuidado de la naturaleza es parte de un estilo de vida que
implica capacidad de convivencia y de comunión» (ibíd., 228). La economía y la
política, la sociedad y la cultura, no pueden estar dominadas por una
mentalidad del corto plazo y de la búsqueda de un inmediato provecho financiero
o electoral. Por el contrario, estas deben ser urgentemente reorientadas hacia
el bien común, que incluye la sostenibilidad y el cuidado de la creación.
Un caso concreto es el de la «deuda ecológica» entre el
norte y el sur del mundo (cf. ibíd., 51-52). Su restitución haría necesario que
se tomase cuidado de la naturaleza de los países más pobres, proporcionándoles
recursos financiaros y asistencia técnica que les ayuden a gestionar las
consecuencias de los cambios climáticos y a promover el desarrollo sostenible.
La protección de la casa común necesita un creciente
consenso político. En este sentido, es motivo de satisfacción que en septiembre
de 2015 los países del mundo hayan adoptado los Objetivos del Desarrollo
Sostenible, y que, en diciembre de 2015, hayan aprobado el Acuerdo de París
sobre los cambios climáticos, que marca el costoso, pero fundamental objetivo
de frenar el aumento de la temperatura global. Ahora los Gobiernos tienen el
deber de respetar los compromisos que han asumido, mientras las empresas deben
hacer responsablemente su parte, y corresponde a los ciudadanos exigir que esto
se realice, es más, que se mire a objetivos cada vez más ambiciosos.
Cambiar de ruta significa, por lo tanto, «respetar
escrupulosamente el mandamiento originario de preservar la creación de todo
mal, ya sea por nuestro bien o por el bien de los demás seres humanos».[7] Una
pregunta puede ayudarnos a no perder de vista el objetivo: «¿Qué tipo de mundo
queremos dejar a quienes nos sucedan, a los niños que están creciendo?»
(Laudato si’, 160).
5. Una nueva obra de misericordia
«Nada une más con Dios que un acto de misericordia, bien sea
que se trate de la misericordia con que el Señor nos perdona nuestros pecados,
o bien de la gracia que nos da para practicar las obras de misericordia en su
nombre».[8]
Parafraseando a Santiago, «la misericordia sin las obras
está muerta en sí misma. […] A causa de los cambios de nuestro mundo
globalizado, algunas pobrezas materiales y espirituales se han multiplicado:
por lo tanto, dejemos espacio a la fantasía de la caridad para encontrar nuevas
modalidades de acción. De este modo la vía de la misericordia se hará cada vez
más concreta».[9]
La vida cristiana incluye la práctica de las tradicionales
obras de misericordia corporales y espirituales.[10] «Solemos pensar en las
obras de misericordia de una en una, y en cuanto ligadas a una obra: hospitales
para los enfermos, comedores para los que tienen hambre, hospederías para los
que están en situación de calle, escuelas para los que tienen que educarse, el
confesionario y la dirección espiritual para el que necesita consejo y perdón…
Pero, si las miramos en conjunto, el mensaje es que el objeto de la
misericordia es la vida humana misma y en su totalidad».[11]
Obviamente «la misma vida humana en su totalidad» incluye el
cuidado de la casa común. Por lo tanto, me permito proponer un complemento a
las dos listas tradicionales de siete obras de misericordia, añadiendo a cada
una el cuidado de la casa común.
Como obra de misericordia espiritual, el cuidado de la casa
común precisa de «la contemplación agradecida del mundo» (Laudato si’, 214) que
«nos permite descubrir a través de cada cosa alguna enseñanza que Dios nos
quiere transmitir» (ibíd., 85). Como obra de misericordia corporal, el cuidado
de la casa común, necesita «simples gestos cotidianos donde rompemos la lógica
de la violencia, del aprovechamiento, del egoísmo […] y se manifiesta en todas
las acciones que procuran construir un mundo mejor» (ibíd., 230-231).
6. En conclusión, oremos
A pesar de nuestros pecados y los tremendos desafíos que
tenemos delante, no perdamos la esperanza: «El Creador no nos abandona, nunca
hizo marcha atrás en su proyecto de amor, no se arrepiente de habernos creado
[…] porque se ha unido definitivamente a nuestra tierra, y su amor siempre nos
lleva a encontrar nuevos caminos» (ibíd., 13;245). El 1 de septiembre en
particular, y después durante el resto del año, recemos:
«Oh Dios de los pobres,
ayúdanos a rescatar a los abandonados
y a los olvidados de esta tierra
que son tan valiosos a tus ojos. […]
Dios de amor,
muéstranos nuestro lugar en este mundo
como instrumentos de tu cariño
por todos los seres de esta tierra (ibíd., 246).
Dios de Misericordia, concédenos recibir tu perdón
y de transmitir tu misericordia en toda nuestra casa común.
Alabado seas.
Amen.
[1] Carta para la Institución de la «Jornada mundial de
oración para el cuidado de la creación» (6 agosto 2015).
[2] Discurso en Santa Bárbara, California (8 noviembre
1997).
[3] Bartolomé I, Mensaje para el día de oración por la
protección de la creación (1 septiembre 2012).
[4] Discurso, II Encuentro Mundial de los Movimientos
Populares, Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, (9 julio 2015).
[5] Tercera meditación, Retiro espiritual con ocasión del
Jubileo de los sacerdotes, Basílica de san Pablo extramuros (2 junio 2016).
[6] Audiencia General (30 marzo 2016).
[7] Bartolomé I, Mensaje para la Jornada de oración para el
cuidado de la creación (1 septiembre 1997).
[8] Primera Meditación, Retiro espiritual con ocasión del
Jubileo de los sacerdotes, Basílica de san Juan de Letrán (2 junio 2016).
[9] Audiencia General (30 junio 2016).
[10] Las corporales son: dar de comer al hambriento; dar de
beber al sediento; vestir al desnudo; dar posada al peregrino; visitar al
enfermo; visitar a los encarcelados; enterrar a los muertos. Las espirituales
son: dar consejo al que lo necesita; enseñar al que no sabe; corregir al que se
equivoca; consolar al triste; perdonar al que nos ofende; soportar con
paciencia los defectos del prójimo; rogar a Dios por los vivos y por los
muertos.
[11] Tercera Meditación, Retiro espiritual con ocasión del
Jubileo de los sacerdotes, Basílica de San Pablo extramuros (2 junio 2016).
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