No sabemos ver a Jesús Resucitado, como les pasa a los
dos discípulos de Emaús. Vamos por el camino de la vida, con una mentalidad
miope, pensando en nuestros problemas, en nuestras esperanzas e ilusiones
fracasadas. Cuando un desconocido se acerca a nuestro caminar, es un buen
momento para hablarle de nosotros, lo de Jesús el Nazareno, una vez muerto,
parece perder sentido: “Nosotros esperábamos que él fuera el futuro libertador
de Israel. Y ya ves, hace dos días que sucedió ésto”. Muchas veces decimos
buscar al Maestro, pero a los que nos buscamos es a nosotros mismos.
Por eso, el desánimo con el que miramos la vida, los
quejidos constantes, nuestro alejarnos de la comunidad y volver a lo nuestro,
la actitud cobarde… Nos hacen imposible reconocer en aquel peregrino, al
Resucitado. Para verlo, hay que salir de nuestro ego, mirar al hombre que se
cruza a
nuestro paso, que está cerca de nosotros, el que no ve a su prójimo, no
puede ver a Jesús. Hablamos demasiado y escuchamos poco, sólo cuando se
callaron y empezaron a escuchar al compañero de camino, se abrió su corazón.
Comienza con dureza: “¡Qué necios y torpes sois para
creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera
todo esto para entrar en su gloria?”. Les comenzó a recordar las Escrituras,
necesitamos volver a las fuentes, para no crearnos un Jesús a nuestra medida.
¿Cuántas veces después de escuchar el Evangelio o celebrar la Eucaristía?,
podemos decir como ellos: “¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por
el camino y nos explicaba las Escrituras?”. Se nos ofrece todo un modelo de
acompañamiento, usando la Palabra de Dios. Jesús parte de la situación personal
de los dos discípulos, primero los escucha, comprende su problema, y después
les habla, interpretando su vida real y concreta a la luz de la Palabra.
Todo un proceso, que cuenta con un VER (acompañar por el
camino, escuchar), un JUZGAR (desde las Escrituras y la fracción del pan) y un
ACTUAR (desandar el camino, anunciar lo encontrado). Encontrar al Resucitado
exige pasar por los tres momentos, no podemos pretender ver a Jesús sólo en las
Escrituras y la Eucaristía. La Eucaristía es antes que nada una comida entre
amigos, que quiere hacer perdurar la presencia de los compañeros de viaje, en
el gesto de compartir el mismo pan, símbolo de la vida con sus problemas y
alegrías, descubrimos al mismo Jesús.
Una vez descubierto como los dos de Emaús, olvidamos
nuestros cansancios y aunque es de noche, nos levantamos y corremos gozosos, a
comunicar la buena nueva a todos los hermanos: “Y ellos contaron lo que les
había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan”. Es
nuestra historia, tú y yo somos los dos caminantes, los que nos debatimos entre
el ver y no ver. Creer en la Resurrección es la piedra de toque de nuestra fe.
Por eso la Pascua, es un maravilloso tiempo para que reflexionemos sobre lo que
creemos, sobre el que ahora llamamos Jesucristo, que en definitiva, es mirar
nuestra propia vida y la de nuestros hermanos y captar en ellas los signos de
esperanza, de amor, de alegría, de cambio, de Resurrección.
Podríamos terminar con la primera lectura de los Hechos,
recordando con San Pedro: “Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha
no vacilaré. Por eso se me alegra el corazón, exulta mi lengua y mi cuerpo
descansa esperanzado. Porque no me entregarás a la muerte no dejarás a tu fiel
conocer la corrupción. Me has enseñado el sendero de la vida, me saciarás de
gozo en tu presencia”. Es Pascua y aunque invisible, el Resucitado se hace
visible en la realidad cotidiana de nuestra vida.
PD: el lunes próximo celebramos el 1º de Mayo, Día del
Trabajo, en el mundo laboral también debemos aportar signos de resurrección.
Pidamos sobre todo por los que no tienen trabajo o un trabajo precario que les
dificulta llegar a fin de mes.
Te pongo una oración hecha por un grupo de vida de
nuestra Parroquia
ORACIÓN CAMINO DE EMAÚS
Danos el mejor pan que tengas, el vino más puro.
Venimos trastornados del camino;
han sido duros los días desde la noche aquella
en que nos dijeron que lo habían detenido:
vino el desprecio; las burlas y las bofetadas vinieron;
la tortura, la cruz, la muerte;
y aquel temblor de la tierra toda, como en despedida.
Si, danos ese vino oscuro, que traiga luz a nuestras
almas tristes.
Nos ocultamos con miedo...un día y otro día...
¿Para qué fueron tantos signos prodigiosos,
tantas hermosas palabras en el monte,
tantas caricias a los que nunca tuvieron un amor?
Vino una noche honda, como un pozo terrible que no
entiende de misericordia.
Pero esta mañana, al alborear, los gritos nos hicieron
volver:
¡No está! ¡Ha resucitado!
¿Ha resucitado? ¿puede el amor inventarse vidas nuevas?
Dicen que estaba el sepulcro vacío. Eso dicen.
Pero en mi alma, créeme, aún era la noche.
Quizá aún lo sea,
aunque este peregrino que nos acompaña, ha encendido una
luz incomprensible,
como si de nuevo fueran posibles los signos prodigiosos,
la hermosas palabras, las caricias....
Dame ese pan, sí: cenará con nosotros,
como tantas veces él lo hizo.
Partiremos el pan,
como lo hizo él a veces para los hambrientos.
¿Sabes? Siento que empieza en mí una alborada,
una luz que sana y libera...
Quizá este extraño peregrino...quizá...
Voy a la mesa con él.
Aunque es ya de noche, siento que ha empezado mi mañana.
(Autor: Julio César
Rioja, cmf)
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