Nuestro corazón es como un huerto, en donde muchas veces
crecen malas hierbas, plantas inútiles que tienen frutos venenosos (rencor,
odio, pesimismo, desprecio de sí...). En casos extremos, donde ha sido tapado,
encerrado, enterrado bajo montones de basura, incluso puede haber toda clase de
podredumbre en él. Y eso no es como debe ser.
Jesús, que es el jardinero, el cuidador de ese huerto, quiere
más bien que abunden en él plantas buenas y útiles, con flores bellas y frutos
comestibles y ricos... Quiere que sea un huerto bonito, que dé gloria a Dios y
que sea agradable al verlo. Pues bien,
esas malas hierbas, él no las plantó allí. Puede ser que tampoco las plantamos
nosotros, sino que otras personas arrojaron esas semillas allí por sus
insultos, maltratos, mentiras y chismes, por su falta de amor... y que no
supimos en el momento dado cómo botarlas, cómo protegernos de ellas... y así
tomaron raíz en nosotros, y fueron creciendo plantas de rencor, pesimismo,
desprecio de sí mismo, desconfianza, etc. A lo mejor no aprendimos nunca cómo
sacarlas de nuestro suelo, y ahora han llegado en algunos casos a ser
arbustos grandes, casi como árboles, y ya dan frutos de odio, venganza, sensualidad, y todo tipo de maldad. Hace falta, pues, que el jardinero Jesús saque esas cosas feas, que vaya limpiando las plantas nocivas --pero que las saque no sólo por encima del suelo, como lo puede hacer cualquier persona cortando el tallo, sino, como experto jardinero, con raíces y todo, para que no vuelvan a brotar en nosotros. Esto lo hace mediante la herramienta de su Espíritu Santo, pero para esto hace falta que nosotros ablandemos el suelo de nuestro corazón, para que Jesús pueda sacarlas todo enteras. Hay que darle permiso, dejar que él toque esta parte inconsciente, las raíces profundas de nuestra vida y persona.
arbustos grandes, casi como árboles, y ya dan frutos de odio, venganza, sensualidad, y todo tipo de maldad. Hace falta, pues, que el jardinero Jesús saque esas cosas feas, que vaya limpiando las plantas nocivas --pero que las saque no sólo por encima del suelo, como lo puede hacer cualquier persona cortando el tallo, sino, como experto jardinero, con raíces y todo, para que no vuelvan a brotar en nosotros. Esto lo hace mediante la herramienta de su Espíritu Santo, pero para esto hace falta que nosotros ablandemos el suelo de nuestro corazón, para que Jesús pueda sacarlas todo enteras. Hay que darle permiso, dejar que él toque esta parte inconsciente, las raíces profundas de nuestra vida y persona.
Luego, en ese terreno vacío, o en ese hueco, Jesús pondrá
nuevas plantas útiles y bellas. Plantará allí plantas ya crecidas de
comprensión, de perdón y de aceptación de sí, de capacidad de condolernos de
los demás; pronto darán frutos de alegría y paz, de alabanza de nuestro Dios,
en fin, toda una serie de cosas que alegrarán a cualquiera que pasee por
nuestro jardín. Restituirá la belleza original de su huerto. (Cfr. Cant
4,12-16; Is 27,2-6; 28,23-29; Apoc 22,1-5)
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