“TENÉIS A CRISTO SENTADO EN EL CIELO Y MENDIGO EN LA
TIERRA” (SAN AGUSTIN)
Por José María Martín OSA
1.- El Buen Pastor que cuida de sus ovejas. La imagen
del pastor y su rebaño aparece a menudo en la Biblia para explicar las
relaciones entre los dirigentes y el pueblo. Sirviéndose de esta metáfora, el
profeta Ezequiel denuncia vigorosamente los abusos de los "pastores"
de Israel y anuncia después que el mismo Dios se hará cargo del rebaño. El
texto encuentra su situación histórica en la diáspora y en el exilio de Israel
en Babilonia. El mismo será pastor y saldrá en busca de las ovejas descarriadas
y dispersas por todas las naciones, y las reunirá, y las devolverá a la tierra
de donde fueron alejadas. El Pastor juzgará entre oveja y oveja. El pueblo se
dividirá claramente en dos clases: los explotados y los explotadores. Por eso
habrá un juicio de Dios en favor de los que practican la misericordia. De este
juicio nos habla el evangelio de hoy. Dios también es el gran protagonista del
salmo 22. Se nos describe su bondad, providencia, ayuda, generosidad,
esplendidez…. Dios no deja nada de lo que pueda contribuir al bien, a la
alegría, a la paz de sus fieles. Por esto el salmista confiesa, agradecido, que
la bondad y la misericordia del Señor le acompañan siempre, todos los días de
su vida.
2.- Optar por la vida. La Carta a los Corintios
nos hace ver que la vida eterna es el último fruto de toda la historia de
salvación. En Cristo resucitado tenemos ya las primicias de la gran cosecha que
esperamos; en él comienza la resurrección de los muertos y la vida eterna. Si
Cristo ha resucitado, también nosotros resucitaremos Si el primer hombre, Adán,
fue el comienzo de una historia abocada
a la muerte, el segundo Adán,
Jesucristo, es el principio de la nueva vida y de otra historia en la que será
vencido el último enemigo, que es la muerte. Pero, si la historia del pueblo de
Dios, a partir de Jesucristo, está ya decidida en favor de la vida, y la
historia de perdición y de muerte ha sido liquidada, cada uno de nosotros puede
todavía optar por la vida o por la muerte.
3.- El juicio del que se habla en el evangelio es
universal. A él acuden las buenas y las malas ovejas. La imagen del
pastor que separa las ovejas de las cabras está tomada del texto de Ezequiel
(primera lectura). El juicio será según las obras, no según lo que decimos
creer y confesar. Así que son las obras las que distinguen y juzgan a los
hombres al fin y al cabo, no las palabras ni los rezos. Cualquier otra
discriminación o distinción no vale nada y no permanecerá: ni la raza, ni el
dinero, ni la cultura, ni los honores..., colocan en verdad a los hombres a la
izquierda o a la derecha del Señor. Pero las obras que pueden salvarnos son
siempre obras de amor, porque la ley con la que vamos a ser juzgados se resume
en el amor. El cumplimiento del mandamiento del amor o su incumplimiento
anticipa ya en el mundo el juicio final. El que ama a Cristo en los pobres y se
solidariza con su causa se introduce en el reino de Dios; pero el que no ama y
explota a sus semejantes se excluye del reino de Dios. Nos lo recordaba el Papa
el domingo pasado en la Jornada del Pobre al citar al discípulo amado: «Hijos
míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras» (1 Jn 3,18).
El juicio universal será la manifestación y la proclamación de la sentencia
definitiva, que se va cumpliendo ya en nuestras vidas según nuestras obras con
los más necesitados. En el pobre y mendigo se encuentra Jesucristo, como dice
San Agustín: “Tenéis a Cristo sentado en el cielo y mendigo en la tierra”.
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