jueves, 14 de diciembre de 2017

En su día, meditamos sobre la personalidad de San Juan de la Cruz


Una personalidad como la de San Juan de la Cruz bien merece un espacio concreto. Para ser más precisos es mejor limitarse a transcribir testimonio de personas que tuvieron trato con él:
“Enamorado de la llaneza huía de toda ostentación de autoridad, mezclándose con sus súbditos en los oficios más humildes como barrer y fregar y abandonando su puesto de prelado para salir a leer en el refectorio mientras los demás acababan de comer”. 
“Su (afabilidad) adquiría expresión de maternal solicitud y cariño cuando se trataba de enfermos”.
“Nadie le oyó hablar desfavorablemente de los demás aunque le fuesen contrarios”. 
“El corazón entrañable del Santo no tenía menos de tener sus predilecciones. Y las tenía”.
(Notas recogidas por el P. Crisógono en Vida y obras de San Juan d ela Cruz. BAC, Madrid 1986)
He hecho mención de sus predilecciones para deshacer la “leyenda negra” en torno a las “nadas” donde aparece como insensible y negativo. En efecto, el Santo pide igualdad de trato con todos- lo cual implica renuncia pero no se cierra a un amor universal donde, necesariamente, surgen las predilecciones que un corazón ya purificado de pasiones puede disfrutar.
Maximiliano Herráiz tiene la originalidad de presentarnos una “autobiografía” de San Juan de la Cruz
como fruto de un análisis de sus obras (en la revista “Teresa de Jesús” Num. 33, Junio 1988)

El hombre  
Las Cartas nos entregan algunos -¿suficientes?- mimbres para hacer el cesto: fiel a la amistad, le produce rabia que una amiga le diga que la tiene olvidada: “cómo puede ser lo que está en el alma, como ella está” No es “poca voluntad”, porque ésta siempre es una misma, la razón de un prolongado silencio epistolar. A otra le escribe “que no dejará de ir cuando ella quisiere”.
 Otras veces nos revela su cansancio y hastío; “desterrado y solo por acá”, sin merecer ver a la Madre Teresa  desde su liberación de la cárcel toledana, “Ceso sin acabar…y no la quiero decir más de por acá porque no tengo gana”.  Como deja hablar a su naturaleza cuando está- al final de sus días- en el colmo de la prueba: “Es lindo manosear éstas criaturas mudas (había estado recogiendo garbanzos), mejor que no ser manoseado por las vivas”. Época de la que dice su primer biógrafo que “sólo ser su amigo era delito”.
 Por eso con la sobriedad que le caracteriza, agradece sinceramente a la amiga que le acompañe con su recuerdo y con sus letras: “El haberme escrito le agradezco mucho y me obliga mucho más de lo que yo estaba”.

Ahora nos vamos a descubrir otras facetas más profundas:

El creyente 
“Encubridor, sobre todo de su mundo íntimo, sin embargo algún testigo dice que le oyó  “contar por dos o tres veces” la luz y suavidad con que Dios le visitó en la cárcel. Y otra carmelita gran amiga, testifica: “Díjome… una sola merced de las que Dios allí (en la cárcel) me hizo, no se puede pagar con muchos años de carcelilla”. Y la misma: “Díjome…que de tal manera comunicaba Dios su alma acerca del misterio de la Santísima Trinidad, que si no le acudiese Nuestro Señor con particular auxilio del cielo, sería imposible vivir”.
“Como por gracia decía: ¡Oh, qué gran moledor es nuestro Señor!”
 Poca cosecha para nuestros legítimos deseos. ¿Y, él mismo qué dice?
Nadie duda del substrato autobiográfico de todos sus escritos. Ciertamente no son comprensibles sin la experiencia de su autor. Lo cantan al unísono los testigos de los Procesos de Beatificación y Canonización, y los especialistas de todos los tiempos.
 También es unánime la confesión de la dificultad de identificar esa experiencia. Confesiones autobiográficas espirituales hay pocas.  Apenas esta referencia en carta a Juana de Pedraza: “Esto por mí lo veo, que, cuanto las cosas son más mías, más tengo el alma y el corazón en ellas y mi cuidado”.
 Y cuando evoca la experiencia personal, lo hace con suma discreción, escondiéndose en un impersonal “parece”, o en un genérico “experiencia que por mí ha pasado”, o se refiere a un momento experiencial que le hace menos dura la lucha contra la inefabilidad.
A éste respecto todos nos referimos a los prólogos de Cántico y Llama. Ahí tenemos frases muy pensadas y cuidadas que velan y desvelan la experiencia mística del autor.
Arranca el prólogo de Cántico diciendo que éstas canciones que se dispone a declarar “parecen ser escritas con algún fervor de amor de Dios”, o “compuestas en amor de abundante inteligencia mística”. La experiencia será una fuente subsidiaria y subordinada a la Biblia y al Magisterio de su declaración.
En el prólogo de Llama vuelve a referirse a la experiencia personal: “el Señor parece que ha abierto un poco la noticia y dado algún calor”, con lo que está menos incapacitado para comentar las cuatro canciones.
El rastreo de la experiencia que está a la base de sus escritos tiene que seguirse con perseverancia y como clave de acceso no sólo al hombre Juan de la Cruz, sino también a su misma doctrina.


(Fuente: Catequesis para adultos- EVANGELIZAR CON SAN JUAN DE LA CRUZ; Conferencia Episcopal Española, 1991)

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