En el silencio orante mora Dios, en ese silencio se
revela Dios, en el silencio nos encontramos también a nosotros mismos, en el
silencio los ruidos que nos perturban enmudecen y se ausentan para dar paso al “Gran
protagonista”.
El silencio nos inicia en un camino espiritual que
busca hacer de nuestra vida una alabanza de gloria a Dios, se trata de dejar a
Dios tomar posesión del alma y de tal manera que nuestra vida se hace orante.
Ahí tenemos el testimonio y ejemplo de nuestra Madre la Virgen María, ella era
una mujer orante, esto es, que lo veía todo desde una mirada trascendente, era
capaz de ver más allá, de hallar indicios de Dios por todas partes, y eso le
permitía entrar en Su tierra sagrada con respeto, confiada en Su voluntad.
Las carmelitas sabemos que el silencio orante es un
estado de “conquista”, para ello es necesario el ejercicio diario, en soledad,
en confronte con la Palabra de Dios que es reveladora de las verdades de
nuestro corazón.
Al silencio se accede por medio de la “puerta que es la oración”(Sta Teresa de
Jesús), sin oración no se llega a ese silencio revelador, iluminador,
ensordecedor de La Voz que habita las profundidades del alma enamorada.
Necesitamos hacer silencio para “el encuentro” con
el Amado, para dejarlo hablar, hallarlo en todas partes y en todo lo que
vivimos…
Aquí compartimos un texto de Sta Isabel de la
Trinidad donde nos revela su convicción de lo que significa ser una carmelita,
y muy ligada al silencio:
“Una Carmelita es...” Una Carmelita es un alma que ha contemplado al crucificado, que lo ha visto ofreciéndose como víctima a su Padre por las almas, y recogiéndose ante esa gran visión de la caridad de Cristo, ha comprendido la pasión de amor de su alma y ha querido darse como él… y en la montaña del Carmelo, en el silencio, en la soledad, en una oración que no termina nunca, porque prosigue a través de todo, la carmelita vive ya como en el cielo: “de Dios sólo”. El mismo que será un día su dicha y la saciará en la gloria se da ya a ella, no la deja jamás, mora en su alma; más aún, los dos no son más que Uno. Por eso ella está hambrienta de silencio a fin de escuchar siempre, de penetrar siempre más en su ser infinito; está identificada con Aquel al que ama, lo encuentra por todas partes, a través de todas las cosas leve resplandecer. ¿No es esto el cielo en la tierra? (L.133)
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