“Una espada te atravesará el corazón” (Lc 2, 35)
Y ese día llegó. Ayer a
María, una espada le atravesó tu corazón, el tiempo de cumplimiento de
la profecía llegó y hoy la acompañamos en su silencio y en su dolor. El dolor sin dudas atravesó a María… Pero ella confía, espera, cree que Dios ha llevado a plenitud el “Hágase”, aunque seguramente no supo cómo.
Después de ese acontecimiento en Nazaret, cuando Dios
irrumpió en su vida y cambio sus planes, vinieron 30 años de silencio, 30 años
en que nada espectacular pasó, en que Jesús “fue uno más de los suyos”. Y
ahora, otra vez son tres días de silencio, de entrega, de muerte, de abandono,
de no entender... Otra vez la noche de la fe…
En uno de sus poemas Emily Dickinson escribió que hay que “Saber llevar nuestra porción de
noche” y cada uno podemos pensar en las nuestras, o en nuestros “sábados santos”
en los que falta la certeza, dónde nos encontramos con límites personales o de
los que nos rodean, cuando nos golpea la
enfermedad, cuando la traición rompe la
confianza, cuando la muerte nos besa…
María también experimentó esto. Ella es maestra en llevar su
porción de noche, fue una noche luminosa de la fe, aun cuando el dolor se hizo
presente y la separación del hijo quebró su corazón. María volvió a entregar
sus entrañas en aquella cruz. Aceptó ser Madre nuevamente, pero esta vez de una
multitud de hijos, algunos que hemos abandona, negado y traicionado a su hijo,
pero para ella todo eso es del pasado, ahora somos sus hijos, hijos nacidos al
pie de la cruz. Recordó que a veces Dios hace silencio, pero que ese silencio
no dura para siempre, ya que después de tres días rompe el silencio con una
Palabra de Vida. Permaneció y confió de pie ante la cruz y el sepulcro, porque
el Dios de su vida, no es el dios de la muerte.
María, también este Sábado Santo, como podemos contemplarlo
en toda su vida, nos enseña a hacer silencio. Silencio para acoger en nuestra
vida la Palabra. Qué bueno es en este día callar para estar en profunda
comunión con la Madre, para contemplar
aquello que no podemos comprender. Nos decía el Papa Francisco “La Madre de
Jesús fue el perfecto icono del silencio. Desde el anuncio de su excepcional
maternidad hasta el Calvario. Pienso cuántas veces calló y no dijo lo que
sentía para proteger el misterio del trato con su Hijo, hasta el silencio más
crudo, al pie de la Cruz. El evangelio no nos dice nada: si dijo una palabra o
no… Estaba silenciosa, pero dentro de su corazón, ¡cuántas cosas le diría al
Señor! ‘Tú, aquel día -es lo que hemos leído- me dijiste que sería grande; tú
me dijiste que le sería dado el Trono de David, su padre, que reinaría por
siempre, y ahora lo veo ahí’. ¡La Virgen era humana! Y quizá tenía ganas de
decir: ‘¡Mentira! ¡He sido engañada!’. Lo decía Juan Pablo II hablando de la
Virgen en ese momento. Pero Ella, con el silencio, cubrió el misterio que no
entendía y dejó que ese misterio pudiera crecer y florecer en la esperanza.”
(Homilia del 20 de diciembre de 2013).
Miremos nuestra vida…
¿Cuáles son mis noches, mis sábados santos? ¿Mis
incertidumbres, límites, desconfianzas…?
¿Frente a la realidad social y personal qué mirada tengo?
¿Hago en mi vida silencio para escuchar lo que Dios quiere
decirme?
¿A qué me invitan las actitudes de María?
Te dejamos este texto
de Santa Teresa de los Andes…
Sufrir con alegría…
Hoy desde que me levanté estoy triste. Parece que de repente
se me parte el corazón. Jesús me dijo que quería que sufriese con alegría. Esto
cuesta tanto, pero basta que Él lo pida para que yo procure hacerlo. Me gusta
el sufrimiento por dos razones: la primera, porque Jesús siempre prefirió el
sufrimiento, desde su nacimiento hasta morir en la cruz. Luego ha de ser algo
muy grande para que el Todopoderoso busque en todo el sufrimiento. Segundo: me
gusta porque en el yunque del dolor se
labran las almas. Y porque Jesús, a las almas que más quiere, envía este regalo
que tanto le gustó a Él.
Me dijo que Él había
subido al Calvario y se había acostado en la Cruz con alegría por la salvación
de los hombres. «¿Acaso no eres tú la que me buscas y la que quieres parecerte
a mí? Luego ven conmigo y toma la Cruz con amor y alegría».
Encuentro también en un cuaderno una cosa escrita que
titulaba “Mi espejo”.
Mi espejo ha de ser María. Puesto que soy su hija, debo
parecerme a Ella y así me pareceré a Jesús.
No he de amar sino a Jesús. Luego mi corazón ha de tener el
sello del amor de Dios. Mis ojos se deben fijar en Jesús crucificado. Mis oídos
han de oír constantemente la voz del
Divino Crucificado.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
DEJANOS TU COMENTARIO