sábado, 11 de abril de 2020

Reflexión del Sábado Santo con Santa Teresa de los Andes


“Una espada te atravesará el corazón” (Lc 2, 35)
Y ese día llegó. Ayer a  María, una espada le atravesó tu corazón, el tiempo de cumplimiento de la profecía llegó y hoy la acompañamos en su silencio y en su dolor. El dolor sin dudas atravesó a María… Pero ella confía, espera, cree que Dios  ha llevado a plenitud  el “Hágase”, aunque seguramente no supo cómo.

Después de ese acontecimiento en Nazaret, cuando Dios irrumpió en su vida y cambio sus planes, vinieron 30 años de silencio, 30 años en que nada espectacular pasó, en que Jesús “fue uno más de los suyos”. Y ahora, otra vez son tres días de silencio, de entrega, de muerte, de abandono, de no entender... Otra vez la noche de la fe…

En uno de sus poemas Emily Dickinson escribió que  hay que “Saber llevar nuestra porción de noche” y cada uno podemos pensar en las nuestras, o en nuestros “sábados santos” en los que falta la certeza, dónde nos encontramos con límites personales o de los que nos rodean, cuando nos golpea la
enfermedad, cuando la traición rompe la confianza, cuando la muerte nos besa…

María también experimentó esto. Ella es maestra en llevar su porción de noche, fue una noche luminosa de la fe, aun cuando el dolor se hizo presente y la separación del hijo quebró su corazón. María volvió a entregar sus entrañas en aquella cruz. Aceptó ser Madre nuevamente, pero esta vez de una multitud de hijos, algunos que hemos abandona, negado y traicionado a su hijo, pero para ella todo eso es del pasado, ahora somos sus hijos, hijos nacidos al pie de la cruz. Recordó que a veces Dios hace silencio, pero que ese silencio no dura para siempre, ya que después de tres días rompe el silencio con una Palabra de Vida. Permaneció y confió de pie ante la cruz y el sepulcro, porque el Dios de su vida, no es el dios de la muerte.

María, también este Sábado Santo, como podemos contemplarlo en toda su vida, nos enseña a hacer silencio. Silencio para acoger en nuestra vida la Palabra. Qué bueno es en este día callar para estar en profunda comunión con la Madre,  para contemplar aquello que no podemos comprender. Nos decía el Papa Francisco “La Madre de Jesús fue el perfecto icono del silencio. Desde el anuncio de su excepcional maternidad hasta el Calvario. Pienso cuántas veces calló y no dijo lo que sentía para proteger el misterio del trato con su Hijo, hasta el silencio más crudo, al pie de la Cruz. El evangelio no nos dice nada: si dijo una palabra o no… Estaba silenciosa, pero dentro de su corazón, ¡cuántas cosas le diría al Señor! ‘Tú, aquel día -es lo que hemos leído- me dijiste que sería grande; tú me dijiste que le sería dado el Trono de David, su padre, que reinaría por siempre, y ahora lo veo ahí’. ¡La Virgen era humana! Y quizá tenía ganas de decir: ‘¡Mentira! ¡He sido engañada!’. Lo decía Juan Pablo II hablando de la Virgen en ese momento. Pero Ella, con el silencio, cubrió el misterio que no entendía y dejó que ese misterio pudiera crecer y florecer en la esperanza.” (Homilia del 20 de diciembre de 2013).

Miremos nuestra vida…
¿Cuáles son mis noches, mis sábados santos? ¿Mis incertidumbres, límites, desconfianzas…?
¿Frente a la realidad social y personal qué mirada tengo?
¿Hago en mi vida silencio para escuchar lo que Dios quiere decirme?
¿A qué me invitan las actitudes de María?

Te dejamos este texto de Santa Teresa de los Andes…

Sufrir con alegría…

Hoy desde que me levanté estoy triste. Parece que de repente se me parte el corazón. Jesús me dijo que quería que sufriese con alegría. Esto cuesta tanto, pero basta que Él lo pida para que yo procure hacerlo. Me gusta el sufrimiento por dos razones: la primera, porque Jesús siempre prefirió el sufrimiento, desde su nacimiento hasta morir en la cruz. Luego ha de ser algo muy grande para que el Todopoderoso busque en todo el sufrimiento. Segundo: me gusta porque en el yunque  del dolor se labran las almas. Y porque Jesús, a las almas que más quiere, envía este regalo que tanto le gustó a Él.
 Me dijo que Él había subido al Calvario y se había acostado en la Cruz con alegría por la salvación de los hombres. «¿Acaso no eres tú la que me buscas y la que quieres parecerte a mí? Luego ven conmigo y toma la Cruz con amor y alegría».
Encuentro también en un cuaderno una cosa escrita que titulaba “Mi espejo”.
Mi espejo ha de ser María. Puesto que soy su hija, debo parecerme a Ella y así me pareceré a Jesús.
No he de amar sino a Jesús. Luego mi corazón ha de tener el sello del amor de Dios. Mis ojos se deben fijar en Jesús crucificado. Mis oídos han de oír constantemente la voz  del Divino Crucificado.

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