Edith vivió su entrada al Carmelo Descalzo como una
oportunidad de materializar su deseo profundo de entrega a Dios. Cuando ingresa
al convento lleva consigo un elemento eminentemente apostólico de su vocación,
que se había fraguado durante todos los años que precedieron a su conversión
por medio de la oración, la mirada teologal de la realidad y el amor a los
hombres, sus hermanos. Se trata de su llamado particular a entregar su vida por
la salvación de los suyos, del pueblo judío.
Este llamado se fue gestando en ella antes de su ingreso al
Carmelo de Colonia, por eso un año antes escribe:
“Existe una vocación al sufrimiento con Cristo y, a través
de eso, a colaborar en su obra redentora. Si estamos unidos al Señor, somos
miembros del cuerpo místico de Cristo; Cristo continúa viviendo en sus miembros
y sufre en ellos; y el sufrimiento soportado en unión con el Señor es su
sufrimiento, insertado en la gran obra de la redención y, por eso, fructífero.
Este es un pensamiento fundamental de toda vida religiosa, pero especialmente
de la vida del Carmelo: interceder por los pecadores a través del sufrimiento
voluntario y gozoso, colaborando de este modo a la redención de la
humanidad” (Obras
completas de Edith Stein I, “Cartas”, p. 998)
Teresa Benedicta de la Cruz, en su caminar va descubriendo
como toda su vida, tiene sentido y unidad en el misterio de la cruz, misterio
de amor y redención. Ella llegó a la comprensión profunda de que solo unida al
Señor crucificado, su vida adquiere un sentido apostólico. Desde la cruz, puede
colaborar en la misión redentora de Cristo. Puede decirse que todo el tiempo de
su vida en el Carmelo, fue una especie de noviciado, donde se fue configurando
con Cristo, y madurando la entrega martirial que se cristalizará más adelante.
Cuando se comienza a vislumbrar que una nueva guerra mundial
se avecina y que la persecución nazi amenaza aún más a su pueblo y a su
familia, una figura bíblica la iluminará en este camino de ofrecimiento e
intercesión, la reina Ester (Cf. Est 4-5)
“Una y otra vez he de
pensar en la reina Ester, que justamente para esto fue sacada de su pueblo,
para interceder por él ante el rey. Yo soy una pobre, impotente y pequeña
Ester, pero el rey que me ha elegido es inmensamente grande y misericordioso.
Esto es un gran consuelo.” (Obras completas de Edith Stein I, “Cartas”,
p. 1286).
Su mirada profunda y contemplativa, ante el peligro y la
inminencia de la segunda guerra mundial, la apremian a ofrecerse a sí misma
para evitarla, por esta razón escribe a la priora del Carmelo de Echt, dónde se
encontraba en ese momento, pidiéndole que le permita ofrecerse en expiación:
“Querida Madre: Por favor permítame Vuestra Reverencia
ofrecerme al corazón de Jesús como víctima propiciatoria por la paz verdadera:
que el poder del Anticristo, si es posible, se derrumbe sin una nueva guerra
mundial, y que pueda ser instaurado un nuevo orden de cosas. […] Sé que no soy
nada, pero Jesús lo quiere, y seguramente en estos días llamará a otros muchos
para esto” (Obras completas de Edith Stein
I, “Cartas”, p. 1307).
Su sentido de universalidad va creciendo, y su ofrecimiento
ya no es solo por el pueblo judío, sino también por la humanidad entera. Ella
ingresó al Carmelo para tomar sobre sí la cruz histórica y colaborar con Cristo
como corredentora. Aunque, es una especial vocación que ella está llamada a
desarrollar y hacer crecer, la invitación a la reparación y a atraer la
misericordia de Dios sobre la miseria humana forma parte de la vocación de
todas sus hermanas en el Carmelo, con estas palabras las animará:
“[…] estos corazones le ofrecen un caluroso amor como
compensación; por las injurias que tiene que soportar diariamente y hora por
hora el corazón divino, ellos ofrecen sacrificios expiatorios; con sus
perseverante súplicas atraen la gracia y misericordia de Dios para cuantos están
en pecado y sufren necesidad”( Obras completas de Edith Stein V, “Amor con amor, p. 495).
CONTINUARÁ...
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