Sólo el libro de los Hechos de los Apóstoles habla de una manifestación sensible de la Ascensión de Cristo a los cielos, y sitúa esta a los 40 días de la resurrección. Con este relato no pretende San Lucas destacar el significado religioso del triunfo celeste de Cristo. Subraya más bien, que la presencia sensible de Jesús entre los hombres toca a su fin, y que empieza otra etapa del designio de Dios: el tiempo nuevo del Espíritu de la Iglesia.
El autor de los Hechos nos da entender que el envío del Espíritu Santo y la expansión consiguiente de la Iglesia son el resultado de que Cristo ha entrado en la gloria del Padre. El libro continúa el Evangelio de San Lucas. No es un libro de bellos recuerdos. Es, en primer lugar, la afirmación de la fe de que un tiempo nuevo ha surgido en la historia: el tiempo de la Iglesia.
Antes de la Ascensión vemos que los Apóstoles están todavía adheridos al mesianismo nacional de la mayor parte de sus coetáneos judíos. ¿Por qué nos llega ahora lo definitivo: la paz, la seguridad, el reino, el poder? Jesús corrige la urgencia de semejante expectativa e invita a no preocuparse de fechas porque dependen de la autoridad del Padre. Hay que dirigir la atención a la tarea fundamental: ser testigos con la fuerza del Espíritu en Jerusalén, Judea y Samaria hasta los confines del mundo. Así se anticipa el contenido del libro y el orden en que será difundido el evangelio.
El misterio de la Ascensión abre la Iglesia al futuro. La Iglesia no predica un Cristo que vivió y murió, pero que en realidad ya pasó; predica un Cristo Vivo, presente en la historia y actuando en el mundo.
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