IV JORNADA MUNDIAL DE LOS POBRES
“Tiende tu mano al pobre” (cf. Si 7,32)
“Tiende tu mano al pobre” (cf. Si 7,32). La
antigua sabiduría ha formulado estas palabras como un código sagrado a seguir
en la vida. Hoy resuenan con todo su significado para ayudarnos también a
nosotros a poner nuestra mirada en lo esencial y a superar las barreras de la
indiferencia. La pobreza siempre asume rostros diferentes, que requieren una
atención especial en cada situación particular; en cada una de ellas podemos
encontrar a Jesús, el Señor, que nos reveló estar presente en sus hermanos más
débiles (cf. Mt 25,40).
1. Tomemos en nuestras manos el Eclesiástico,
también conocido como Sirácida, uno de los libros del Antiguo
Testamento. Aquí encontramos las palabras de un sabio maestro que vivió unos
doscientos años antes de Cristo. Él buscaba la sabiduría que hace a los hombres
mejores y capaces de escrutar en profundidad las vicisitudes de la vida. Lo
hizo en un momento de dura prueba para el pueblo de Israel, un tiempo de dolor,
luto y miseria causado por el dominio de las potencias extranjeras. Siendo un
hombre de gran fe, arraigado en las tradiciones de sus antepasados, su primer
pensamiento fue dirigirse a Dios para pedirle el don de la sabiduría. Y el
Señor le ayudó.
Desde las primeras páginas del libro, el Sirácida expone
sus consejos sobre muchas situaciones concretas de la vida, y la pobreza es una
de ellas. Insiste en el hecho de que en la angustia hay que confiar en Dios:
«Endereza tu corazón, mantente firme y no te angusties en tiempo de adversidad.
Pégate a él y no te separes, para que al final seas enaltecido. Todo lo que te
sobrevenga, acéptalo, y sé paciente en la adversidad y en la humillación.
Porque en el fuego se prueba el oro, y los que agradan a Dios en el horno de la
humillación. En las enfermedades y en la pobreza pon tu confianza en él. Confía
en él y él te ayudará, endereza tus caminos y espera en él. Los que teméis al
Señor, aguardad su misericordia y no os desviéis, no sea que caigáis» (2,2-7).
2. Página tras página, descubrimos un precioso compendio de
sugerencias sobre cómo actuar a la luz de una relación íntima con Dios, creador
y amante de la creación, justo y providente con todos sus hijos. Sin embargo,
la constante referencia a Dios no impide mirar al hombre concreto; al
contrario, las dos cosas están estrechamente relacionadas.
Lo demuestra claramente el pasaje del cual se toma el título de este Mensaje (cf. 7,29-36). La oración a Dios y la solidaridad con los pobres y los que sufren son inseparables. Para celebrar un culto que sea agradable al Señor, es necesario reconocer que toda persona, incluso la más indigente y despreciada, lleva impresa en sí la imagen de Dios. De tal atención deriva el don de la bendición divina, atraída por la generosidad que se practica hacia el pobre. Por lo tanto, el tiempo que se dedica a la oración nunca puede convertirse en una coartada para descuidar al prójimo necesitado; sino todo lo contrario: la bendición del Señor desciende sobre nosotros y la oración logra su propósito cuando va acompañada del servicio a los pobres.
3. ¡Qué actual es esta antigua enseñanza, también para
nosotros! En efecto, la Palabra de Dios va más allá del espacio, del tiempo, de
las religiones y de las culturas. La generosidad que sostiene al débil,
consuela al afligido, alivia los sufrimientos, devuelve la dignidad a los
privados de ella, es una condición para una vida plenamente humana. La opción
por dedicarse a los pobres y atender sus muchas y variadas necesidades no puede
estar condicionada por el tiempo a disposición o por intereses privados, ni por
proyectos pastorales o sociales desencarnados. El poder de la gracia de Dios no
puede ser sofocado por la tendencia narcisista a ponerse siempre uno mismo en
primer lugar.
Mantener la mirada hacia el pobre es difícil, pero muy
necesario para dar a nuestra vida personal y social la dirección correcta. No
se trata de emplear muchas palabras, sino de comprometer concretamente la vida,
movidos por la caridad divina. Cada año, con la Jornada Mundial de los Pobres,
vuelvo sobre esta realidad fundamental para la vida de la Iglesia, porque los
pobres están y estarán siempre con nosotros (cf. Jn 12,8) para
ayudarnos a acoger la compañía de Cristo en nuestra vida cotidiana.
4. El encuentro con una persona en condición de pobreza
siempre nos provoca e interroga. ¿Cómo podemos ayudar a eliminar o al menos
aliviar su marginación y sufrimiento? ¿Cómo podemos ayudarla en su pobreza
espiritual? La comunidad cristiana está llamada a involucrarse en esta
experiencia de compartir, con la conciencia de que no le está permitido
delegarla a otros. Y para apoyar a los pobres es fundamental vivir la pobreza
evangélica en primera persona. No podemos sentirnos “bien” cuando un miembro de
la familia humana es dejado al margen y se convierte en una sombra. El grito
silencioso de tantos pobres debe encontrar al pueblo de Dios en primera línea,
siempre y en todas partes, para darles voz, defenderlos y solidarizarse con
ellos ante tanta hipocresía y tantas promesas incumplidas, e invitarlos a
participar en la vida de la comunidad.
Es cierto, la Iglesia no tiene soluciones generales que proponer,
pero ofrece, con la gracia de Cristo, su testimonio y sus gestos de compartir.
También se siente en la obligación de presentar las exigencias de los que no
tienen lo necesario para vivir. Recordar a todos el gran valor del bien común
es para el pueblo cristiano un compromiso de vida, que se realiza en el intento
de no olvidar a ninguno de aquellos cuya humanidad es violada en las
necesidades fundamentales.
5. Tender la mano hace descubrir, en primer lugar, a quien
lo hace, que dentro de nosotros existe la capacidad de realizar gestos que dan
sentido a la vida. ¡Cuántas manos tendidas se ven cada día! Lamentablemente,
sucede cada vez más a menudo que la prisa nos arrastra a una vorágine de
indiferencia, hasta el punto de que ya no se sabe más reconocer todo el bien
que cotidianamente se realiza en el silencio y con gran generosidad. Así sucede
que, sólo cuando ocurren hechos que alteran el curso de nuestra vida, nuestros
ojos se vuelven capaces de vislumbrar la bondad de los santos “de la puerta de al
lado”, «de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la
presencia de Dios» (Exhort. ap. Gaudete
et exsultate, 7), pero de los que nadie habla. Las malas noticias son
tan abundantes en las páginas de los periódicos, en los sitios de internet y en
las pantallas de televisión, que nos convencen que el mal reina soberano. No es
así. Es verdad que está siempre presente la maldad y la violencia, el abuso y
la corrupción, pero la vida está entretejida de actos de respeto y generosidad
que no sólo compensan el mal, sino que nos empujan a ir más allá y a estar
llenos de esperanza.
6. Tender la mano es un signo: un signo que recuerda
inmediatamente la proximidad, la solidaridad, el amor. En estos meses, en los
que el mundo entero ha estado como abrumado por un virus que ha traído dolor y
muerte, desaliento y desconcierto, ¡cuántas manos tendidas hemos podido ver! La
mano tendida del médico que se preocupa por cada paciente tratando de encontrar
el remedio adecuado. La mano tendida de la enfermera y del enfermero que, mucho
más allá de sus horas de trabajo, permanecen para cuidar a los enfermos. La
mano tendida del que trabaja en la administración y proporciona los medios para
salvar el mayor número posible de vidas. La mano tendida del farmacéutico,
quién está expuesto a tantas peticiones en un contacto arriesgado con la gente.
La mano tendida del sacerdote que bendice con el corazón desgarrado. La mano
tendida del voluntario que socorre a los que viven en la calle y a los que, a
pesar de tener un techo, no tienen comida. La mano tendida de hombres y mujeres
que trabajan para proporcionar servicios esenciales y seguridad. Y otras manos
tendidas que podríamos describir hasta componer una letanía de buenas obras.
Todas estas manos han desafiado el contagio y el miedo para dar apoyo y
consuelo.
7. Esta pandemia llegó de repente y nos tomó desprevenidos,
dejando una gran sensación de desorientación e impotencia. Sin embargo, la mano
tendida hacia el pobre no llegó de repente. Ella, más bien, ofrece el
testimonio de cómo nos preparamos a reconocer al pobre para sostenerlo en el
tiempo de la necesidad. Uno no improvisa instrumentos de misericordia. Es
necesario un entrenamiento cotidiano, que proceda de la conciencia de lo mucho
que necesitamos, nosotros los primeros, de una mano tendida hacia nosotros.
Este momento que estamos viviendo ha puesto en crisis muchas
certezas. Nos sentimos más pobres y débiles porque hemos experimentado el
sentido del límite y la restricción de la libertad. La pérdida de trabajo, de
los afectos más queridos y la falta de las relaciones interpersonales
habituales han abierto de golpe horizontes que ya no estábamos acostumbrados a
observar. Nuestras riquezas espirituales y materiales fueron puestas en tela de
juicio y descubrimos que teníamos miedo. Encerrados en el silencio de nuestros
hogares, redescubrimos la importancia de la sencillez y de mantener la mirada
fija en lo esencial. Hemos madurado la exigencia de una nueva fraternidad,
capaz de ayuda recíproca y estima mutua. Este es un tiempo favorable para
«volver a sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad
por los demás y por el mundo [...]. Ya hemos tenido mucho tiempo de degradación
moral, burlándonos de la ética, de la bondad, de la fe, de la honestidad [...].
Esa destrucción de todo fundamento de la vida social termina enfrentándonos
unos con otros para preservar los propios intereses, provoca el surgimiento de
nuevas formas de violencia y crueldad e impide el desarrollo de una verdadera
cultura del cuidado del ambiente» (Carta enc. Laudato
si’, 229). En definitiva, las graves crisis económicas, financieras y
políticas no cesarán mientras permitamos que la responsabilidad que cada uno
debe sentir hacia al prójimo y hacia cada persona permanezca aletargada.
8. “Tiende la mano al pobre” es, por lo tanto, una
invitación a la responsabilidad y un compromiso directo de todos aquellos que
se sienten parte del mismo destino. Es una llamada a llevar las cargas de los
más débiles, como recuerda san Pablo: «Mediante el amor, poneos al servicio los
unos de los otros. Porque toda la Ley encuentra su plenitud en un solo
precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. [...] Llevad las
cargas los unos de los otros» (Ga 5,13-14; 6,2). El Apóstol enseña
que la libertad que nos ha sido dada con la muerte y la resurrección de
Jesucristo es para cada uno de nosotros una responsabilidad para ponernos al
servicio de los demás, especialmente de los más débiles. No se trata de una
exhortación opcional, sino que condiciona de la autenticidad de la fe que
profesamos.
El libro del Eclesiástico viene otra vez en nuestra ayuda:
sugiere acciones concretas para apoyar a los más débiles y también utiliza
algunas imágenes evocadoras. En un primer momento toma en consideración la
debilidad de cuantos están tristes: «No evites a los que lloran» (7,34). El
período de la pandemia nos obligó a un aislamiento forzoso, incluso impidiendo
que pudiéramos consolar y permanecer cerca de amigos y conocidos afligidos por
la pérdida de sus seres queridos. Y sigue diciendo el autor sagrado: «No dejes
de visitar al enfermo» (7,35). Hemos experimentado la imposibilidad de estar
cerca de los que sufren, y al mismo tiempo hemos tomado conciencia de la
fragilidad de nuestra existencia. En resumen, la Palabra de Dios nunca nos deja
tranquilos y continúa estimulándonos al bien.
9. “Tiende la mano al pobre” destaca, por contraste, la
actitud de quienes tienen las manos en los bolsillos y no se dejan conmover por
la pobreza, de la que a menudo son también cómplices. La indiferencia y el
cinismo son su alimento diario. ¡Qué diferencia respecto a las generosas manos
que hemos descrito! De hecho, hay manos tendidas para rozar rápidamente el
teclado de una computadora y mover sumas de dinero de una parte del mundo a
otra, decretando la riqueza de estrechas oligarquías y la miseria de multitudes
o el fracaso de naciones enteras. Hay manos tendidas para acumular dinero con
la venta de armas que otras manos, incluso de niños, usarán para sembrar muerte
y pobreza. Hay manos tendidas que en las sombras intercambian dosis de muerte
para enriquecerse y vivir en el lujo y el desenfreno efímero. Hay manos
tendidas que por debajo intercambian favores ilegales por ganancias fáciles y
corruptas. Y también hay manos tendidas que, en el puritanismo hipócrita,
establecen leyes que ellos mismos no observan.
En este panorama, «los excluidos siguen esperando. Para
poder sostener un estilo de vida que excluye a otros, o para poder
entusiasmarse con ese ideal egoísta, se ha desarrollado una globalización de la
indiferencia. Casi sin advertirlo, nos volvemos incapaces de compadecernos ante
los clamores de los otros, ya no lloramos ante el drama de los demás ni nos
interesa cuidarlos, como si todo fuera una responsabilidad ajena que no nos
incumbe» (Exhort. ap. Evangelii
gaudium, 54). No podemos ser felices hasta que estas manos que
siembran la muerte se transformen en instrumentos de justicia y de paz para el
mundo entero.
10. «En todas tus acciones, ten presente tu final» (Si 7,36).
Esta es la expresión con la que el Sirácida concluye su
reflexión. El texto se presta a una doble interpretación. La primera hace
evidente que siempre debemos tener presente el fin de nuestra existencia.
Acordarse de nuestro destino común puede ayudarnos a llevar una vida más atenta
a quien es más pobre y no ha tenido las mismas posibilidades que nosotros.
Existe también una segunda interpretación, que evidencia más bien el propósito,
el objetivo hacia el que cada uno tiende. Es el fin de nuestra vida que
requiere un proyecto a realizar y un camino a recorrer sin cansarse. Y bien, la
finalidad de cada una de nuestras acciones no puede ser otra que el amor. Este
es el objetivo hacia el que nos dirigimos y nada debe distraernos de él. Este
amor es compartir, es dedicación y servicio, pero comienza con el
descubrimiento de que nosotros somos los primeros amados y movidos al amor.
Este fin aparece en el momento en que el niño se encuentra con la sonrisa de la
madre y se siente amado por el hecho mismo de existir. Incluso una sonrisa que
compartimos con el pobre es una fuente de amor y nos permite vivir en la
alegría. La mano tendida, entonces, siempre puede enriquecerse con la sonrisa
de quien no hace pesar su presencia y la ayuda que ofrece, sino que sólo se
alegra de vivir según el estilo de los discípulos de Cristo.
En este camino de encuentro cotidiano con los pobres, nos
acompaña la Madre de Dios que, de modo particular, es la Madre de los pobres.
La Virgen María conoce de cerca las dificultades y sufrimientos de quienes
están marginados, porque ella misma se encontró dando a luz al Hijo de Dios en
un establo. Por la amenaza de Herodes, con José su esposo y el pequeño Jesús
huyó a otro país, y la condición de refugiados marcó a la sagrada familia
durante algunos años. Que la oración a la Madre de los pobres pueda reunir a
sus hijos predilectos y a cuantos les sirven en el nombre de Cristo. Y que esta
misma oración transforme la mano tendida en un abrazo de comunión y de renovada
fraternidad.
Roma, en San Juan de Letrán, 13 de junio de 2020,
memoria litúrgica de san Antonio de Padua.
Francisco
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