BIOGRAFÍA
"Era uno de esos hombres elegidos, de los que hay
pocos, con una personalidad irresistible. Todos tenían que sentirse conmovidos
por su absoluta sencillez y su bondad angelical. Sin embargo, era algo más lo
que le hacía entrar en todos los corazones; ese "algo" se puede
definir mejor al observar que todo aquél que fue admitido a su presencia salió
con la profunda convicción de haber estado frente a un santo. Y, entre más se
sabe sobre él, mayor fuerza adquiere esta convicción".
-Baron von Pastor, historiador, sobre el Papa Pío X: Nuestro Papa nació en 1835 con el nombre de
Giuseppe (José) Sarto, hijo de un humilde cartero, en la ciudad de Riese, en el Veneto. Fue el
segundo de diez hijos de la pobre familia. Asistió a la escuela elemental de
Riese y, gracias a las instancias del cura párroco, pasó a la escuela superior
de Castelfranco, a una distancia de ocho kilómetros, que el chico recorría a
pié dos veces al día. Más tarde, en virtud de una beca que se obtuvo para él,
pudo asistir al seminario de Padua. Por dispensa especial, se le ordenó
sacerdote a la edad de veintitrés años y, desde aquel momento, se entregó
completamente al ministerio pastoral; al cabo de dieciséis años, ascendió a
canónigo en Treviso, donde prosiguió con mayor ahínco su dura y generosa tarea
sacerdotal.
En 1884, fue consagrado obispo de Mántua, diócesis que se
hallaba en bajas condiciones morales, debido a su clero negligente hasta el
extremo de haber provocado un cisma en dos poblaciones. Fue tan limpio y
brillante el triunfo que obtuvo el obispo en el desempeño de aquel cargo
plagado de dificultades que, en 1892, el Papa León XIII consagró a Mons. Sarto
como cardenal sacerdote de San Bernardo de los Baños y, casi inmediatamente, lo
elevó a la sede metropolitana de Venecia, que comprende el título honorífico de
patriarca. Ahí se transformó en un verdadero apóstol para toda la región del
Veneto y puso de manifiesto el valor de su sencillez y su rectitud, en una sede
que se ufanaba de su magnificencia y de su pompa.
A la muerte de León XIII, en 1903, era creencia general que
habría de sucederle en la cátedra de San Pedro el cardenal Rampolla del
Tíndaro; las tres primeras votaciones del cónclave indicaron que la opinión
general estaba en lo cierto; pero entonces, el cardenal Puzyna, arzobispo de
Cracovia, comunicó a la asamblea de electores que el emperador Francisco José
de Austria imponía el veto formal contra la elección de Rampolla. El anuncio
causó una profunda conmoción; los cardenales protestaron con energía por la
intervención del emperador y las cosas llegaron al punto de efervescencia,
cuando Rampolla, con mucha dignidad, retiró su candidatura. (Actualmente se
afirma que Rampolla no habría sido elegido de ningún modo).
Al cabo de otras cuatro votaciones, resultó elegido el
cardenal Giuseppe Sarto. Así llegó a la cátedra de Pedro un hombre de humilde
cuna, sin relevantes dotes intelectuales, sin experiencia en las diplomacias
eclesiásticas, pero con un corazón tan grande que no le cabía en el pecho, y
tan bueno que parecía irradiar gracias: "un hombre de Dios que conocía los
infortunios del mundo y las penurias de la existencia y, en la grandeza de su
corazón, solo quería arreglarlo todo y consolar a todos".
Uno de los primeros actos del nuevo Papa fue el de recurrir
a la constitución "Commissum nobis", a fin de terminar, de una vez
por todas, con cualquier supuesto derecho de cualquier poder civil para
interferir en una elección papal, por el veto u otro procedimiento. Más
adelante, dio un paso cauteloso pero definitivo hacia la reconciliación entre
la Iglesia y el Estado, en Italia, al levantar prácticamente el "Non
Expedit". Su manera de hacer frente a la muy crítica situación que no
tardó en presentarse en Francia fue directa y tan efectiva como cualquiera de
los medios diplomáticos en uso. En 1905, luego de numerosos incidentes, el
gobierno francés denunció el concordato de 1801, decretó la separación de la
Iglesia y el Estado y emprendió una campaña agresiva contra la Iglesia. El
gobierno propuso crear una organización para que se preocupara de las
propiedades eclesiásticas, bajo el nombre de "associations
cultuelles", a la que muchos de los prominentes personajes
católicos de Francia deseaban someterse por vías de ensayo; pero, tras una
serie de consultas con los obispos franceses, el Papa Pío X emitió un par de
declaraciones enérgicas y dignas, por las que condenaba la ley de separación y
calificaba la "asociación" de anticanónica. A los que se quejaban de
que había sacrificado todas las posesiones de la Iglesia en Francia, les
respondió: "Aquellos se preocupaban demasiado por los bienes materiales y
muy poco por los espirituales". La separación ofreció la ventaja de que, a
partir de entonces, la Santa Sede pudo nombrar directamente a los obispos
franceses, sin la nominación previa de los poderes civiles.
El obispo de Nevers, Mons.Gauthey dijo del Papa: "Pío
X, nos emancipó de la esclavitud al costo del sacrificio de nuestras
propiedades. Que Dios le bendiga por siempre, por no haber titubeado en
imponernos ese sacrificio". La severa actitud del Papa causó tantos
trastornos y dificultades al gobierno francés que, veinte años más tarde, se
avino a concertar un nuevo acuerdo, dentro de los cánones, para la
administración de las propiedades de la Iglesia.
Contra el Modernismo
El nombre de Pío X se vincula generalmente y con toda razón,
al movimiento que purgó a la Iglesia de ese "resumen de todas las
herejías", al que alguno tuvo la ocurrencia de llamar "Modernismo". Un
decreto del Santo Oficio fechado en 1907, condenó a ciertos escritores y
ciertas ideas; muy pronto le siguió la carta encíclica "Pascendi
dominici gregis", en la que se indicaban peligrosas tendencias de
alcance imprevisible, se señalaban y condenaban las manifestaciones del
modernismo en todos los campos. Pero también se adoptaron medidas enérgicas y,
a pesar de que hubo furiosas oposiciones, el modernismo en la Iglesia fue desenmascarado.
Ya había conquistado bastante terreno entre los católicos y, sin embargo, no
fueron pocos quienes opinaron que la condena del Papa había sido excesiva y
obscurantista.
Cinco años después, en 1910, la encíclica del Papa sobre San
Carlos Borromeo fue mal interpretada y se ofendieron los protestantes en
Alemania. Pío X publicó la explicación oficial del párrafo mal interpretado en
el Osservatore Romano y ahí mismo recomendó a los obispos
alemanes que no hiciesen más comentarios ni publicidad en torno a la encíclica,
en el púlpito o en la prensa.
Renovarlo todo en Cristo: Eucaristía y Palabra
En su primera encíclica Pío X anunciaba que su meta
primordial era la de "renovarlo todo en Cristo" y, sin duda que con
ese propósito en mente, redactó y aprobó sus decretos sobre el sacramento
de la Eucaristía. Por ellos, recomendaba y encomiaba la comunión diaria, si
fuese posible; que los niños se acercaran a recibirla al llegar a la edad de la
razón, y que se facilitara el suministro de la comunión a los enfermos.
(En la Edad Media y, posteriormente en la época del jansenismo, los fieles
católicos comulgaban rarísima vez. La comunión diaria o muy frecuente se
consideraba como algo extraordinario y aun indebido.)
También el Papa se preocupó por la Palabra, puesto que
instaba a la diaria lectura de la Biblia, aunque en este caso las
recomendaciones del Papa no fueron tan ampliamente aceptadas. Desde 1903, y con
el objeto de aumentar el fervor en el culto divino, emitió motu
proprio una serie de instrucciones sobre la música
sacra, destinadas a terminar con los abusos al respecto y a
restablecer el uso del canto llano en la Iglesia. Dio alientos a los trabajos
de la comisión para la codificación de las leyes canónicas y fue él quien llevó
a cabo la completa reorganización de los tribunales, oficinas y congregaciones
de la Santa Sede. También estableció Pío X una comisión correctora y revisora
del texto Vulgata de la Biblia (este trabajo les fue encomendado a los monjes
benedictinos) y, en 1909, fundó el Instituto Bíblico para el estudio de las
Escrituras y lo dejó a cargo de la Compañía de Jesús.
A favor de los Pobres
Siempre consagró sus preocupaciones y actividades a los
débiles y los oprimidos. Con inusitada energía, denunció los malos tratos a que
eran sometidos los indígenas en las plantaciones de caucho del Perú. Creó y
organizó una comisión de ayuda a los damnificados, tras el desastroso terremoto
de Messina y, por cuenta propia, acogió a numerosos refugiados en el hospicio de
Santa Marta, junto a San Pedro. Sus caridades, en todas las partes del mundo
donde se necesitaban socorros, eran tan abundantes y frecuentes, que las gentes
de Roma y de toda Italia se preguntaban de dónde saldría tanto dinero. La
sencillez de sus hábitos personales y la santidad de su carácter se ponían de
manifiesto en su costumbre de visitar cada domingo, alguno de los patios,
rinconadas o plazuelas del Vaticano, para predicar, explicar y comentar el
Evangelio de aquel día, a todo el que acudiera a escucharle. Era evidente que
Pío X se sentía desconcertado y tal vez un poco escandalizado, ante la pompa y
la magnificencia del ceremonial en la corte pontificia. Cuando era patriarca de
Venecia, prescindió de una buena parte de la servidumbre y no toleró que nadie,
fuera de sus hermanas, le preparase la comida; como Pontífice, eliminó la
costumbre de conferir títulos de nobleza a sus familiares. "Por
disposición de Dios, solía decir, mis hermanas son hermanas del Papa. Eso debe
bastarles". En una ocasión, antes de cierta ceremonia, exclamó ante un
viejo amigo suyo: "¡Mira cómo me han vestido!" y se echó a llorar. A
otro de sus amigos, le confesó: "No cabe duda de que es una penitencia
verse obligado a aceptar todas estas prácticas. ¡Me condujeron entre soldados,
como a Jesús cuando le apresaron en Getsemaní!".
Estas anécdotas describen la grandeza de corazón y la
sencillez de la bondad de Pío X. A un joven inglés, protestante convertido al
catolicismo y que deseaba ser monje, pero sentía el escrúpulo de haber
estudiado muy poco, le dijo el Papa: "Para alabar a Dios bien, no se
necesita ser sabio". Un escritor de Mántua publicó un libro de carácter
sensacionalista en el que lanzaba infames acusaciones contra Pío X; éste no
quiso emprender ninguna acción legal, pero, en cuanto supo que el calumniador
se hallaba en bancarrota, el Papa le envió ayuda: "Un hombre tan
desdichado, comentó, necesita oraciones más que castigos".
Aún durante su vida, Dios utilizó al Papa Pío X como
instrumento de sus milagros y, hasta en esos casos sobrenaturales, se puso de
manifiesto su perfecta modestia y sencillez. Durante una audiencia pública, uno
de los asistentes mostró su brazo paralizado al tiempo que decía:
"¡Cúrame, Santo Padre!" El Papa se acercó sonriente, tocó el brazo
tumefacto y dijo amablemente: "Si, sí". Y, el hombre quedó curado. En
otra audiencia privada, una niña de once años que estaba paralítica, pidió lo
mismo. "¡Quiera Dios concederte lo que deseas!", dijo el Pontífice.
La niña se levantó y anduvo por sí misma. Una monja que sufría de una
tuberculosis muy avanzada, le pidió la salud. "Sí", fue todo lo que
repuso Pío X, mientras ponía las manos sobre la cabeza de la religiosa. Aquella
tarde, el médico declaró que estaba completamente sana.
Primera Guerra Mundial
El 24 de
junio de 1914, la Santa Sede firmó un concordato con Servia; cuatro días más
tarde, el archiduque Francisco de Austria y su esposa fueron asesinados en Sarajevo;
a la medianoche del 4 de agosto, Alemania, Francia, Austria, Rusia, Gran
Bretaña, Servia y Bélgica estaban en guerra. Era el undécimo aniversario de la
elección del Papa. Pío X no solo había vaticinado aquella guerra europea, como
otros muchos, sino que profetizó que estallaría definitivamente para el verano
de 1914. Aquel conflicto fue para el Papa un golpe fatal. "Esta será la
última aflicción que me mande el Señor. Con gusto daría mi vida para salvar a
mis pobres hijos de esta terrible calamidad". Pocos días más tarde sufrió
una bronquitis; al día siguiente, 20 de agosto, murió. Fue, en verdad, víctima
de la Guerra.
"Nací
pobre, he vivido en la pobreza y quiero morir pobre", dijo en su
testamento. Demostró la verdad de aquellas palabras: su pobreza era
tanta que hasta la prensa anticlerical quedó admirada.
Después del funeral en la basílica de San Pedro, Mons.
Cascioli, escribió lo siguiente: "No tengo la menor duda de que este
rincón de la cripta se convertirá, muy pronto, en un santuario, un centro de
peregrinación. . . Dios glorificará ante el mundo a este Papa cuya triple
corona fue la pobreza, la humildad y la bondad". Y así fue por cierto. El
Pontificado de Pío X no fue tranquilo y el Papa mostró resolución en su
política. Hubo muchos que le criticaron, lo mismo dentro que fuera de la
Iglesia. Pero, al morir, todas las voces fueron una; desde todas partes, desde
todas las clases surgió un llamado para que se reconociera la santidad de Pío
X, el que fuera Giuseppe Sarto, hijo del cartero.
En 1923, los cardenales de la curia decretaron que se había
abierto su causa, firmada por veintiocho prelados. En 1954, el Papa Pío XII
canonizó solemnemente a su predecesor ante una enorme multitud que llenaba la
Plaza de San Pedro, en Roma. Aquel fue el primer Papa al que se canonizaba
desde Pío V, en 1672.
(Fuente: corazones.org)
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