El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central
de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Es, pues,
la fuente de todos los otros misterios de la fe; es la luz que los ilumina. Es
la enseñanza más fundamental y esencial en la "jerarquía de las verdades
de fe" (DCG 43). "Toda la historia de la salvación no es otra cosa
que la historia del camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y
único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela a los hombres, los aparta del pecado
y los reconcilia y une consigo" (DCG 47).
Antes de su Pascua, Jesús anuncia el envío de "otro
Paráclito" (Defensor), el Espíritu Santo. Este, que actuó ya en la
Creación (cf. Gn 1,2) y "por los profetas" (Símbolo
Niceno-Constantinopolitano: DS 150), estará ahora junto a los discípulos y en
ellos (cf. Jn 14,17), para enseñarles (cf. Jn 14,16) y conducirlos "hasta
la verdad completa" (Jn 16,13). El Espíritu Santo es revelado así como
otra persona divina con relación a Jesús y al Padre.
"La fe católica es ésta: que veneremos un Dios en la
Trinidad y la Trinidad en la unidad, no confundiendo las Personas, ni separando
las substancias; una es la persona del Padre, otra la del Hijo, otra la del
Espíritu Santo; pero del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo una es la
divinidad, igual la gloria, coeterna la majestad" (Símbolo
"Quicumque": DS, 75).
Las Personas divinas,
inseparables en su ser, son también inseparables en su obrar. Pero en la única
operación divina cada una manifiesta lo que le es propio en la Trinidad, sobre
todo en las misiones divinas de la Encarnación del Hijo y del don del Espíritu
Santo.
(Cfr CIC 234. 243. 266.
267)
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