sábado, 21 de febrero de 2009

La originalidad a nuestro alcance

Un perfume original, marca siempre el paso del tiempo y permanece de la misma forma y con igual intensidad; un aroma exclusivo, expande su esencia en todo lugar y es reconocida por su perenne particularidad y distinción; una fragancia exquisita, hace inolvidable la experiencia porque no pasa de moda, se mantiene con la misma vivacidad y fortaleza; un olor inconfundible, realiza la presencia viva del creador y su reconocimiento de marca inigualable, sublime y única.

El aroma divino, su fragancia exclusiva, su marca indeleble, su costo invariable y su exclusividad permite en este tiempo reacondicionar el olfato para entrar en dicha plenitud de vida: que es el evangelio. No solo se acerca el cielo con la tierra, sino que entre ideas sublimes expresadas con sencillez familiar y cotidiana aparece la invitación de Dios a tomar en serio la vida y sus ocupaciones, el encuentro personal y social; porque ha llegado el momento en que cada uno está llamado a crecer, cambiar, transformar, mediante realidades profundas de amor por medio de compromisos ante la propia conciencia, con Dios y con el prójimo.

La llamada de Dios siempre sutil pero contundente, suave pero enérgica, tranquila pero dinámica tiene una expresión muy común en este tiempo de cuaresma: la invitación a la conversión. Los rasgos expresivos de cambio se manifiestan en una identificación mayor con el Señor, así como en el servicio de la humanidad. El gusto de Dios, es decir, su cercanía con nosotros en humildad y pobreza, en sencillez y acogida hacen de su convite una forma única y original por su frescura y olor, su aroma y novedad, su abundancia y gratuidad que exige respuesta abierta y clara, sin doblez, ni hipocresía

Si no le hacemos daño al hombre viejo, que huele a moho, ruina, fracaso en Cuaresma (Col 3,9-10), es que no ponemos el dedo en la llaga. A lo mejor nos contentamos con la mediocridad acostumbrada de vivir, con la ley del menor esfuerzo como costumbre. Se trata de ser lo que en realidad queremos ser, que es mucho más fácil, original y auténtico que estar pendientes de responder a expectativas de los demás que jamás colmamos, y olvidamos que estamos llamados a amar hasta el extremo (Jn 13,1), por eso es reconocer en nosotros la capacidad de ser lo que estamos llamados a ser. Experimentar y darnos cuenta de los gritos que hay en nuestro interior y la sed insaciable en lo profundo de nuestras vidas, porque amamos la vida y queremos vivir en plenitud. Aquí está el giro de la vida, la conversión que queremos alcanzar. Se trata de “rasgar los corazones, no las vestiduras, convirtiéndonos al Señor Dios” (Joel 2,13)

Es adentro donde tiene que bajar y nacer la conversión, y no quedarnos en la superficie. Celebrar la Cuaresma es mirar sin ningún miedo al espejo de Cristo. Encararse en sus exigencias. Comparar su programa y su manera de pensar con la nuestra: ¿qué nos falta?, ¿qué nos sobra? Y emprender con decisión el cambio.

La invitación al cambio o conversión (metanoia) no es por imposición o fuerza, sino por despertar un deseo adormecido de plenitud; así mismo, por causar una fuerte impresión de un nuevo estilo de vida en medio de la rutina de la vida. La expresión de dicho cambio aparece no como un asunto fúnebre y lúgubre, ni con tristeza y pesadumbre, sino todo lo contrario la conversión es como invitación a fiesta, con fuerte olor a vino y comida; con traje de gala y fragancia que todo lo envuelve y transforma.




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