De pequeño soñé en ser misionero (Pedro José )
...Nací en Madrid el 19 de febrero de 1982, poco antes que Naranjito, y en tres años era ya el mayor de cuatro hermanos.
De siempre me encantó la música, el cine, tener amigos, aprendí a tocar un poco el piano y otro poco la guitarra. Vivía con emoción los partidos de fútbol, sobre todo los derbies porque mis padres son del Real Madrid y yo del Atleti.
Pero lo que más me llamaba la atención era que las familias que conocía en la parroquia tenían una alegría especial... y me encantaba el sacerdote mayor de la misa de niños.
Así fue como tomé la decisión de irme de misionero. Tenía que contar a todas las personas del mundo cómo Jesús hacía felices a todas las familias de mi parroquia. Contaba 11 ó 12 años y senté a mi madre en mi cama para prevenirla: "Mamá, quiero que sepas que un día me iré de misiones a un país muy lejano, y ya no nos veremos más".
Mi madre no se tiró de los pelos ni se desesperó, sino que me acarició y me dijo que no debía esperar más, sino que empezase a anunciar a Jesús por mi barrio, a mis amigos del colegio. Que ser miembro de la Iglesia era ser misionero.
Mi adolescencia fue muy difícil, mis amigos no estaban por la labor de dejarme hablarles de Jesús y casi renuncié a mis proyectos, salvo cuando los domingos iba a misa. Es una etapa de crisis en mi vida.
Todo cambió cuando el sacerdote mayor de mi parroquia me pidió que empezara a dar catequesis. Apenas con 15 ó 16 años ya daba catequesis a niños, y esto me volvió a mostrar que yo debía transmitir tantos milagros de los que había sido testigo en mi casa y en mi parroquia.
Cambié de amigos, pues hice muchos amigos entre los catequistas jóvenes de mi parroquia. Me dejé acompañar por el sacerdote. Comencé a experimentar cuánto bien hace el sacramento del perdón. Encontré en la Eucaristía un encuentro precioso con Jesús que viene a nosotros con todo su amor.
Y así, en mitad de algunas movidas (pues en mi cabeza estaba echo un lío) de pronto quiso Jesús hacerme entender que me estaba enamorando. Mi vocación estaba sirviendo a su Iglesia. Amándola como la ama él: "Celebra los sacramentos para mi Iglesia", "acompaña a tus hermanos en su experiencia cotidiana de Dios", "anuncia mi Resurrección a todos los hombres" me costó reconocerlo, pasé por algunos miedos, por discusiones con él pero su llamada era clara y tremendamente atractiva. Por eso entré al seminario. Quería seguirle fuese donde fuese.
Y cada día desde aquel domingo de octubre en el que comencé a intuir que me llamaba a ser sacerdote me acuesto más emocionado por los milagros que voy viendo, me levanto más feliz de estar pudiendo responder a su llamada, vivo más ilusionado por ser suyo, y, por él, de todas las personas, hombres, mujeres, niños o ancianos, por las que él ya ha dado la vida.
De siempre me encantó la música, el cine, tener amigos, aprendí a tocar un poco el piano y otro poco la guitarra. Vivía con emoción los partidos de fútbol, sobre todo los derbies porque mis padres son del Real Madrid y yo del Atleti.
Pero lo que más me llamaba la atención era que las familias que conocía en la parroquia tenían una alegría especial... y me encantaba el sacerdote mayor de la misa de niños.
Así fue como tomé la decisión de irme de misionero. Tenía que contar a todas las personas del mundo cómo Jesús hacía felices a todas las familias de mi parroquia. Contaba 11 ó 12 años y senté a mi madre en mi cama para prevenirla: "Mamá, quiero que sepas que un día me iré de misiones a un país muy lejano, y ya no nos veremos más".
Mi madre no se tiró de los pelos ni se desesperó, sino que me acarició y me dijo que no debía esperar más, sino que empezase a anunciar a Jesús por mi barrio, a mis amigos del colegio. Que ser miembro de la Iglesia era ser misionero.
Mi adolescencia fue muy difícil, mis amigos no estaban por la labor de dejarme hablarles de Jesús y casi renuncié a mis proyectos, salvo cuando los domingos iba a misa. Es una etapa de crisis en mi vida.
Todo cambió cuando el sacerdote mayor de mi parroquia me pidió que empezara a dar catequesis. Apenas con 15 ó 16 años ya daba catequesis a niños, y esto me volvió a mostrar que yo debía transmitir tantos milagros de los que había sido testigo en mi casa y en mi parroquia.
Cambié de amigos, pues hice muchos amigos entre los catequistas jóvenes de mi parroquia. Me dejé acompañar por el sacerdote. Comencé a experimentar cuánto bien hace el sacramento del perdón. Encontré en la Eucaristía un encuentro precioso con Jesús que viene a nosotros con todo su amor.
Y así, en mitad de algunas movidas (pues en mi cabeza estaba echo un lío) de pronto quiso Jesús hacerme entender que me estaba enamorando. Mi vocación estaba sirviendo a su Iglesia. Amándola como la ama él: "Celebra los sacramentos para mi Iglesia", "acompaña a tus hermanos en su experiencia cotidiana de Dios", "anuncia mi Resurrección a todos los hombres" me costó reconocerlo, pasé por algunos miedos, por discusiones con él pero su llamada era clara y tremendamente atractiva. Por eso entré al seminario. Quería seguirle fuese donde fuese.
Y cada día desde aquel domingo de octubre en el que comencé a intuir que me llamaba a ser sacerdote me acuesto más emocionado por los milagros que voy viendo, me levanto más feliz de estar pudiendo responder a su llamada, vivo más ilusionado por ser suyo, y, por él, de todas las personas, hombres, mujeres, niños o ancianos, por las que él ya ha dado la vida.
FUENTE: http://www.vocacion.org/
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