Al mismo tiempo, el mundo espera de nuestra Iglesia latinoamericana y caribeña un compromiso más significativo con la misión universal en todos los continentes. Para no caer en la trampa de encerrarnos en nosotros mismos, debemos formarnos como discípulos misioneros sin fronteras, dispuestos a ir “a la otra orilla” aquella en la que Cristo no es aún reconocido como Dios y Señor, y la Iglesia no está todavía presente. (Aparecida 376)
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