sábado, 11 de diciembre de 2010

Tercer domingo de Adviento (Ciclo A)


(Isaías 35,1-6.8-10; Santiago 5,7-10; Mateo 11,2-11)

            El tema del gozo domina el leccionario de este domingo.Es un gozo que atraviesa incluso la dimensión física del universo. El cuerpo y el cosmos son alcanzados por la fuerza de Dios que todo lo transforma. Las lecturas bíblicas de hoy nos invitan a renovar la confianza en la vida y en la historia. Contra el pesimismo que nos amenaza en estos difíciles momentos que vive la humanidad, la palabra profética y el evangelio insisten en la buena noticia de la liberación y de la esperanza. No hay que confundir, sin embargo, el gozo con el triunfo, la paz con el poder, la justicia con la venganza. El Mesías del gozo pleno no es un triunfador, sino un siervo, pobre en entre los pobres.


La primera lectura (Is 35,1-6.8-10), aunque ha sido colocada dentro de los oráculos del profeta Isaías, que vivió en Jerusalén en el siglo VIII a.C., proviene ciertamente de una época posterior, como lo demuestra su estilo literario y su teología. Es muy probable que este texto haya sido escrito en la época del exilio, precisamente cuando el pueblo experimentó más hondamente el dolor y la desesperanza y cuando todo parecía contradecir las antiguas promesas y la fidelidad de Dios. Esta es precisamente la novedad de este oráculo. La palabra del profeta brota de una esperanza y una confianza tan grande en Dios, a tal punto de llegar a soñar y anunciar un feliz retorno a la tierra: “Los redimidos del Señor volverán, entrarán en Sión entre aclamaciones, y habrá alegría eterna sobre sus cabezas”(Is 35,10).
El Señor salvará a su pueblo y reiniciará la historia de la alianza y de la fidelidad. El exilio no es la última palabra de Dios sobre Israel. Dios es un Dios de vida y de esperanza. Sin embargo, la tragedia ha sido tan tremenda y el sufrimiento tan grande, que el retorno a la tierra implica una acción salvadora de Dios a diversos niveles. La liberación tendrá que iniciar en el corazón del hombre hasta llegar abrazar el cosmos entero. En primer lugar, en efecto, se anuncia la liberación del desánimo y del miedo: “Decid a los de corazón intranquilo: ¡Ánimo, no temáis! Mirad que nuestro Dios viene vengador; es la recompensa de Dios, él vendrá y os salvará” (Is 35,4). Luego se proclama la superación del dolor y de las limitaciones físicas del hombre: “Se despegarán los ojos de los  ...  (Click en el título para leer más)

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