jueves, 30 de junio de 2011

LA VIRGEN DE L CARMEN Y LA ORDEN EN EL SIGLO XIV (HISTORIA III )

El acceso a las universidades fue un signo positivo de gran valor, con el que la orden se vio fortalecida y saneada. Hombres de gran santidad y talento, como san Andrés Corsino y San Pedro Tomás llenan a la Orden de gran prestigio, estimulándola a conseguir el fin que se había establecido, la vida de oración, la ayuda a la iglesia y el amor y culto a María. El espíritu de la Orden se iba perfilando y afianzando.
En el Capítulo general de Tolosa del año 1306 se establece que las festividades de la Concepción y de  Santísimo Sacramento  se celebren con solemnidad. Lo cual era como declarar la festividad de la Concepción del 8 de diciembre como fiesta principal de la Orden.
Los conventos de Aviñón y Roma todos los años festejaban con especial solemnidad la fiesta de la Concepción, a la cual solía asistir la Curia Romana. El primero que nos transmite este acontecimiento es Juan Baconthorp, que fue un gran defensor de la Inmaculada Concepción. Es más, pasó de impugnador a defensor acérrimo.
Ciertamente pesa mucho en este siglo la doctrina del libro De institutione sobre la Inmaculada Concepción representada en la nubecilla contemplada por el Profeta Elías en su ascensión sobre el mar.
María es la nubecilla, pequeña por su humildad, limpia y alba por su nacimiento inmaculado. Surge del mar amargo. El mundo pecador es la amargura; pero Ella no es amarga, sino dulce, ligera; no le pesa el pecado. Nace de otra cualidad que el mar. Todos los hombres han de confesar en el mundo sus iniquidades, pero María nació de otra manera, sin peso de delitos, ligera como la nubecilla que corre veloz por el cielo, dulce por la plenitud de sus carismas. La Virgen desde su nacimiento es como la nube aquella de la cual escribió Moisés: “He aquí que la gloria del Señor apareció en la nube” (Ex 16,10)
En este siglo los carmelitas se dedican a dar culto a la Madre de Dios, a enseñar una vida mariana, así como a defender los privilegios de María. Esto nos viene a decir Enrique de Lagenstein, carmelita, en un sermón de la Asunción de 1385: “En esta religión se encuentran los grandes promotores del culto de la Madre de Dios la Virgen María, doctísimos maestros de todas sus virtudes y perfecciones y acérrimos defensores de Ella”.
Fue un siglo de lucha por la propia existencia y fisonomía. Es cierto que la Orden tuvo sus grandes defensores, como fue entre todos el Papa Juan XXII, pero también tuvo sus enemigos. Esto obligó a escribir sus Defensas. El título mariano se convirtió en el centro principal de la discusión. Esta llegó a su punto más álgido en el año 1374, en que la controversia se llevó para er dirimida a la Universidad de Cambridge, que se pronunció a favor de la Orden y de su título, Orden de los Hermanos de la Bienaventurada María del Monte Carmelo. En el acta de conclusión lleva la fecha de 23 de febrero de 1374. Con este importante hecho la Orden consiguió cierta paz dentro de la Iglesia, pudiendo dedicarse plenamente a perfilar sus metas y a encontrarse a sí misma.


(Fuente: “La Virgen de la Contemplación”, P. Oldefonso, Logos 15, Ed de Espiritualidad, 1973)



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