“Para que el Espíritu Santo conceda perseverancia,
particularmente en Asia, a cuantos son discriminados, perseguidos y asesinados
por el nombre de Cristo”
Según un informe elaborado en el año 2010 por “Ayuda a la Iglesia Necesitada”, existe
persecución religiosa a los católicos en China, India, Mindanao (Filipinas) e
Indonesia, por poner algunos ejemplos. En Corea del Norte, ser “descubierto”
mientras se participaba en una Misa celebrada fuera del único templo autorizado
para celebrar el culto, puede ser castigado con detención y, en los casos
peores, con torturas y pena capital. No creo equivocarme al afirmar que la
persecución es el crisol en el que se forjan los cristianos auténticos. Cuando
en grandes sectores del occidente y de los países de antigua cristiandad,
muchos creyentes viven una fe acomodada y marcada por la flojera reinante en el
ambiente, los cristianos perseguidos brillan como lumbreras en la noche.
Ellos han tenido que hacer necesariamente una opción radical
por Cristo, viviendo un Evangelio real, con todas sus exigencias. Muchos de
ellos sufren la cárcel, la pérdida de su empleo, el ser privados injustamente
del acceso a la enseñanza, y en ocasiones, incluso la violencia física o la
muerte. Su fe no es una fe sociológica o de costumbre. Es una fe profunda,
comprometida, de una fidelidad probada incluso en la adversidad.
Estos hermanos nuestros son para nosotros una llamada a
salir de nuestra comodidad. Sus sufrimientos por la fe nos llevan a
preguntarnos: ¿qué he arriesgado yo por Jesucristo? ¿Qué estoy dispuesto a
sufrir por Él? Son preguntas que nos vienen a quemarropa, y nos obligan a hacer
un examen de conciencia sobre nuestro seguimiento de Cristo. No raramente, nos
hacen sentir vergüenza por nuestra falta de generosidad y nuestras quejas
constantes ante las pequeñas dificultades que experimentamos
En su “Carta a los Obispos, sacerdotes, personas consagradas
y fieles laicos de la Iglesia católica en China” del 27 de
mayo de 2007, el Santo Padre Benedicto XVI recuerda que “muchos miembros del
episcopado católico en China, que en las últimas décadas han conducido a la,
han ofrecido y ofrecen a las propias comunidades y a la Iglesia universal un
testimonio luminoso… No se puede olvidar que muchos de ellos han padecido
persecución y han sido impedidos en el ejercicio de su ministerio, y algunos de
ellos han hecho fecunda la Iglesia con la efusión de su propia sangre” (cfr.
n.8).
Cuando algunos católicos que viven en países con libertad
religiosa han visitado los lugares donde nuestros hermanos sufren persecución,
refieren que al preguntarles “¿qué podemos hacer por vosotros?”, responden
invariablemente “Rezad por nosotros”. Lo menos que podemos ofrecer a nuestros
hermanos perseguidos a causa de la fe es nuestra oración por ellos, para que el
Espíritu Santo les fortalezca con esa potencia que brota de la debilidad de la
cruz de Cristo, el amor que ha vencido al pecado y al mundo. Qué profundo sentido
cobran para ellos las palabras de Jesús: “No es el siervo más que su Señor. Si
a Mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán”” (Jn 15, 20).
En este mes roguemos al Señor para que sostenga a los
perseguidos por causa de la justicia. Jesús, antes de enviar a sus apóstoles a
la misión, les instruyó en el espíritu de las Bienaventuranzas: pobreza,
mansedumbre, aceptación de los sufrimientos y persecuciones, deseo de justicia
y de paz, caridad. Viviendo las Bienaventuranzas, y el perdón a los enemigos,
los cristianos perseguidos dan testimonio de que el Reino de Dios ya está
presente. (Fuente: Agencia Fides)
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