"¡Qué noche tan dichosa —canta el Exultet de Pascua—,
sólo ella conoció el momento en que Cristo resucitó de entre los
muertos!". En efecto, nadie fue testigo ocular del acontecimiento mismo de
la Resurrección y ningún evangelista lo describe. Nadie puede decir cómo
sucedió físicamente. Menos aún, su esencia más íntima, el paso a otra vida, fue
perceptible a los sentidos. Acontecimiento histórico demostrable por la señal
del sepulcro vacío y por la realidad de los encuentros de los Apóstoles con
Cristo resucitado, no por ello la Resurrección pertenece menos al centro del
Misterio de la fe en aquello que transciende y sobrepasa a la historia. Por
eso, Cristo resucitado no se manifiesta al mundo (cf. Jn 14, 22) sino a sus
discípulos, "a los que habían subido con él desde Galilea a Jerusalén y
que ahora son testigos suyos ante el pueblo" (Hch 13, 31). (Cfr. CIC 647)
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