Hech 10,34a.37-43: Hemos comido y bebido con él después de
su resurrección
Salmo 117: Éste es el día en que actuó el Señor: sea nuestra
alegría y nuestro gozo.
Col 3,1-4: Busca los bienes de allá arriba.
Jn 20,1-9: Vio y creyó
La resurrección de Jesús comporta un "no" rotundo
a la impunidad y a la violencia. Jesús no resucita para reivindicar su muerte,
sino para proclamar que la Vida plena es la voluntad de Dios. Ni los verdugos,
ni los acusadores, ni los traidores tienen la última palabra. Sólo Dios lleva
la voz cantante, pues sólo Él es capaz de dirigir la historia de manera
imprevista e insospechada.
La fiesta cristiana de la Pascua es, sobretodo, una fiesta
de la vida recuperada, de la vida auténtica, de la capacidad de mantener la
propuesta de Dios por encima de la mezquindad y la sordidez que imponen ciertas
instituciones sociales. La Pascua no es una fiesta que nace del deseo de
celebrar algún sentimiento,
sino del deseo de reivindicar una esperanza
sostenida con la intransigencia de la generosidad. La comunidad se reúne para
proclamar que la existencia de ese sencillo hombre de Nazaret ilumina y cambia
toda la historia humana. Una historia hecha de violencias interminables, sobre
una tierra sedienta de esperanza en la que despuntan permanentemente las flores
recónditas de la solidaridad.
La resurrección nos invita a no sofocarnos con la sórdida
amargura de los interminables afanes cotidianos. La Pascua de Jesús nos muestra
otro mundo, un mundo que comienza justo en los límites de la precariedad de
nuestra existencia; un mundo que no nos enajena sino que abre nuestros ojos a
una vida nueva. Una vida que no nace del voluntarismo o del deseo de querer
imponer una opinión o un punto de vista. Todo lo contrario. La resurrección es
primicia de una vida que nace del perdón, de la misericordia y la
reconciliación. Porque sólo quienes sean capaces de reconocer el germen de la
vida futura en medio de este valle de lágrimas, serán capaces de recoger la
cosecha del reino.
La Pascua es la fiesta de la reconciliación, de la
esperanza, de la resistencia. Con la resurrección, Jesús rompe el cerco de la
impunidad. Su actitud de reconciliación es un grito de justicia. Jesús perdona
a sus victimarios porque sabe que ellos están fanatizados por una moral que
legitima la injusticia. Las instituciones religiosas y políticas "sólo
hacen lo que saben". Instauran la violencia y la intolerancia como los
únicos medios para legitimar su poder. Pero, con la resurrección, Jesús apela a
la justicia de Dios que es el absoluto respeto por la vida humana y la libertad
de todo ser humano. El perdón, entonces, nace de una conciencia soberanamente
madura y tolerante y nos prepara para una reconciliación verdadera. Porque la injusticia
cometida no se remedia con una agresión mayor.
Jesús sabe que el perdón no atenúa la atrocidad del crimen.
El perdón cuestiona la conciencia del agresor y la respuesta del ofendido. Pues
el perdón no es un recurso de emergencia para tapar con pulcras flores la
irremediable fatalidad del crimen. Ni es tampoco la vana pretensión de querer
superar la violencia con la violencia. La reconciliación y el perdón nacen de
una fe muy profunda, de una confianza radical en el Dios de la Vida, de una
nueva manera de ver la realidad. La actitud conciliadora es consciente que la
vida social no se rige por la fuerza bruta. La realidad se percibe como una
infinidad de lazos afectivos que sostienen la existencia humana. De este modo,
la historia humana, bajo la luz del nuevo día, muestra un rostro desconocido en
el que predomina el encuentro, la generosidad, la entrega, la confianza, la
tolerancia y el amor. Una realidad que no se identifica por la mecánica
eficacia de los gestos conocidos sino que nos muestra una nueva humanidad con
los brazos abiertos al mundo. A un lado queda el puño cerrado por la furia y la
violencia y ahora las manos acarician con suavidad, ofreciendo su palma como
gesto de apertura sincera.
Con la resurrección, la vida humana supera la mera estadística
de las interminables fatalidades para convertirse en una alternativa
irrenunciable: la vida es un derecho que no se negocia; la vida es única y cada
existencia tiene un valor infinito. La sacralidad de la existencia humana se
revela como el dato absoluto e inalienable que constituye la vida social. Por
esta vía, es posible propiciar un diálogo creativo, único modo de resolver los
irremediables conflictos que surgen en la convivencia interhumana.
Esto nos lleva a meditar sobre un aspecto de la resurrección
de Jesús que a veces se olvida, pero que es esencial para comprender cómo una
transformación personal, una transformación al interior de un pequeño grupo, es
capaz de cambiar el rumbo de la historia de esa comunidad, de ese grupo. Esto
fue lo que les ocurrió a los discípulos y discípulas de Jesús cuando se
encontraron de repente con una realidad sorprendente que se les impuso: Jesús
había resucitado. No era la ocurrencia de unas mujeres desconsoladas o de
algunos discípulos confundidos. Era la potente experiencia de una comunidad que
había descubierto que Jesús los estaba llamando para continuar la misión de
anunciar el evangelio a los pobres. Entonces, la resurrección se convirtió en
una experiencia tan desconcertante como novedosa, una realidad que obligó a
toda la comunidad a revisar sus expectativas y a ponerse de nuevo en camino.
La acción más palpable de la resurrección de Jesús fue su
capacidad de transformar el interior de los discípulos. El resucitado convoca a
su comunidad en torno al evangelio y la llena de su espíritu de perdón. Los
corazones de todos estaban heridos. A la hora de la verdad, todos eran dignos
de reproche: nadie había entendido correctamente la propuesta del Maestro. Por
eso, quien no había traicionado a Jesús, lo había abandonado a su suerte. Y si
todos eran dignos de reproche, todos estaban necesitados de perdón. Volver a
dar cohesión a la comunidad de seguidores, darles cohesión interna en el perdón
mutuo, en la solidaridad, en la fraternidad y en la igualdad era humanamente un
imposible. Sin embargo, la presencia y la fuerza interior del Resucitado lo logró.
Cuando los discípulos de esta primera comunidad sienten
interiormente esta presencia transformadora de Jesús, y cuando la comunican, es
cuando realmente experimentan su resurrección. Y es entonces cuando ya les
sobran todas las pruebas exteriores de la misma. La imprevista e intempestiva
novedad del Resucitado arranca desde los cimientos las falsas seguridades y
lanza a toda la comunidad a encarar la misión con una fuerza y una dignidad
hasta ese momento desconocida. Feliz dia Domingo de Pascua de la Resurrección
del Señor.
(Fuente: lecturadeldia.com)
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