Jesús, siervo doliente por Amor |
Is 50,5-9: Ofrecí la espalda a los que me apaleaban
Salmo responsorial 114: Caminaré en presencia del Señor en el país
de la vida
Sant 2,14-18: La fe, si no tiene obras, está muerta
Mc 8,27-35: El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho
Cuando los cristianos se
propusieron la transformación del mundo esclavista, inhumano y violento que
había impuesto el imperio romano, no comenzaron su labor apelando al hambre de
la gente, ni a sus deseos de «acabar con los opresores romanos», sino que
apelaron a la conciencia. En efecto, los discursos que prometen remediar el
hambre, sólo son efectivos en la medida en que la carencia, la desprotección y
el abandono son vistos como injusticias. De lo contrario, no pasan de ser una
búsqueda de satisfacciones
inmediatas y poco duraderas. Lo mismo ocurre con el deseo de derrocar a los poderosos del imperio y colocar allí a la gente del pueblo. Al poco tiempo, los líderes se llenan de ambiciones y se convierten en tiranos implacables. La única alternativa que queda y de la cual nos habla la carta de Santiago, es la frágil dignidad humana. Si la comunidad no está dispuesta a transformar en su interior toda esa realidad de muerte, miseria y marginación, es inútil que se proponga transformarla afuera. La solidaridad de la comunidad no sólo es un camino para remediar la injusticia en «pequeña escala», es una alternativa de vida. La solidaridad de una comunidad nos permite descubrir que «otro mundo es posible» y que el destino no está atado a la destrucción y la barbarie. La fe cristiana no es tal si se contenta con mirar, desde la barrera, el circo en el que mueren tantas personas inocentes.
inmediatas y poco duraderas. Lo mismo ocurre con el deseo de derrocar a los poderosos del imperio y colocar allí a la gente del pueblo. Al poco tiempo, los líderes se llenan de ambiciones y se convierten en tiranos implacables. La única alternativa que queda y de la cual nos habla la carta de Santiago, es la frágil dignidad humana. Si la comunidad no está dispuesta a transformar en su interior toda esa realidad de muerte, miseria y marginación, es inútil que se proponga transformarla afuera. La solidaridad de la comunidad no sólo es un camino para remediar la injusticia en «pequeña escala», es una alternativa de vida. La solidaridad de una comunidad nos permite descubrir que «otro mundo es posible» y que el destino no está atado a la destrucción y la barbarie. La fe cristiana no es tal si se contenta con mirar, desde la barrera, el circo en el que mueren tantas personas inocentes.
El profeta Isaías nos enseña que
el camino de la justicia, de la misericordia y la solidaridad no es un idílico
sendero tapizado de rosas. La persona que opta por la verdad y la equidad debe
prepararse al rechazo más rotundo e, incluso, a una muerte ignominiosa. Esto
puede sonar un poco «patético», sin embargo, basta leer cualquier página del
evangelio para verificar que ésta es la realidad de Jesús, su opción y su
camino.
El camino a Jerusalén estaba
plagado de dificultades, incertidumbres y ambigüedades. Una de ellas, era la
incapacidad del grupo de discípulos para reconocer la identidad de Jesús.
Aunque él había demostrado a lo largo del camino que su interés no era el
poder, en todas sus variedades, sino el servicio, en todas sus posibilidades,
sin embargo, los seguidores se empeñaban en hacerse una imagen triunfalista de
su Maestro. Jesús, entonces, debe recurrir a duras palabras para poner en
evidencia la falta de visión de quienes lo seguían. Pedro, Juan y Santiago,
líderes del grupo de Galilea, siguen aferrados a la ideología del caudillo
nacionalista o del místico líder religioso y no descubren en Jesús al «siervo
sufriente» que anunció el profeta Isaías.
Este episodio marca el centro del
evangelio de Marcos y es el punto de quiebre en el cual el camino de Jesús
sorprende a sus seguidores. Ninguno está de acuerdo con él, aunque él esté
realizando la voluntad del Padre. En medio de esta crisis del grupo de
discípulos, Jesús decide continuar el camino y tratar de enderezar la
mentalidad de sus discípulos, torcida por las ideologías sectarias y
triunfalistas.
El anuncio que Jesús hace de las
dificultades que van a venir, la «Pasión», la «Cruz», debe ser tomada siempre
como una consecuencia inevitable, no como algo buscado... Jesús no buscó la
Cruz, ni debemos buscarla nosotros. Hay que observar cómo el anuncio de la
pasión va siempre unido al anuncio de la resurrección. El misterio de Jesús
tiene dos caras, y la definitiva es la resurrección, no la pasión. Marcos no
quiere solamente decirnos que la resurrección vendrá después de la pasión, como
un triunfo sobre ella, sino que la salvación pasa a través de la cruz. Con esto
queda afirmado, al menos implícitamente, el carácter soteriológico de la
pasión. Resulta sorprendente cómo tras cada una de las predicciones de la
pasión aparece de una manera o de otra la incomprensión de los discípulos: la
de Pedro, la de los discípulos que discuten sobre quién es el más grande, la de
Juan y Santiago que buscan el primer puesto... Así pues, la soledad de Jesús es
total: no sólo no lo comprende la gente, sino ni siquiera los discípulos. El
discípulo (8, 35) tiene que proyectar su existencia en términos de entrega, no
de posesión: "El que quiera asegurar su vida la perderá; en cambio, el que
pierda su vida por mí y por el Evangelio se salvará". Hay que evitar
absolutamente leer estas palabras en una clave dualista: renunciar a esta vida
terrena por la celestial, a los valores materiales por los espirituales. Nada
de esto. Jesús afirma que la vida entera, material y espiritual, se posee
únicamente en la entrega de sí mismo. Vale la pena que insistamos: Jesús no nos
pide que renunciemos a la vida (a esta vida, para que tengamos otra), sino que
exige que cambiemos el proyecto de esta vida. No se trata de una renuncia a la
vida, sino de un proyecto de la misma en la línea del amor. En definitiva, ¿de
qué sirve ganar el mundo entero si se pierde uno a sí mismo? (8, 36-37).
Estamos siempre en la misma línea de pensamiento. Ninguna oposición entre alma
y cuerpo, entre espíritu y materia. La oposición está en el proyecto del hombre
y el proyecto de Dios, entre dos modos posibles de conducir la existencia. No
está en juego una vida en lugar de la otra, no se trata de elegir simplemente
entre esta vida y la vida futura. Está en juego toda la existencia; la elección
hay que hacerla entre una vida "llena" y una vida "vacía".
Puedes jugarte la existencia apostando por la posesión, dentro de la lógica de
tener cada vez más; o te la puedes jugar apostando por la solidaridad, según la
lógica del discípulo. La primera elección, a pesar de su fascinación inicial,
contiene la negación de la vida, porque en su esencia más profunda el hombre
está hecho de amor, no de soledad. La segunda, a pesar de su fracaso aparente,
contiene la plenitud de la vida.
Para la revisión de vida
Hay preguntas decisivas en la
vida de todas las personas; incluso no darles una respuesta clara y consciente
es ya una manera de responder a esas preguntas. Una de ellas es la que Jesús
hizo en una ocasión a los suyos y, a través de ellos, a toda la humanidad,
incluidos nosotros. ¿Quién es Jesús para mí? Sólo que esta pregunta tiene un
grave riesgo: que la contestemos con la respuesta aprendida de memoria en el catecismo
infantil, en vez de contestar con el corazón. La pregunta ‘¿Quién es Jesús?’ no
podemos ponerla entre preguntas del tipo ¿quién fue Napoleón, quién descubrió
la penicilina o en qué año acaeció la Revolución francesa?, sino que hemos de
ponerla entre preguntas del tipo ¿quiénes son mis amigos, cuánto quiero yo a mi
familia, qué estoy dispuesto a hacer por aquellas personas a las que quiero?
Consciente de todo esto, debo preguntarme: ¿quién es Jesús para mí, qué
significa en mi vida?
(Fuente: lecturadeldia.org)
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