La oración es la vida del corazón nuevo. Debe animarnos en
todo. Nosotros, sin embargo, olvidamos al que es nuestra Vida y nuestro Todo.
Por eso, los Padres espirituales, en la tradición del Deuteronomio y de los
profetas, insisten en la oración como “recuerdo de Dios”, un frecuente
despertar la “memoria del corazón”: “Es necesario acordarse de Dios más a
menudo que respirar” (San Gregorio Nacianceno). Pero no se puede orar “en todo
tiempo” si no se ora, con particular dedicación, en algunos momentos: son los
tiempos fuertes de la oración cristiana, en la intensidad y en la duración.
El Señor conduce a cada persona por los camino que Él
dispone y de la manera que Él quiere. Cada fiel, a su vez, le responde según la
determinación de su corazón y la expresiones personales de su oración. No
obstante, la tradición cristiana ha conservado tres expresiones principales de
la vida de oración: la oración vocal, la meditación y la oración de
contemplación. Tienen en común un rasgo fundamental: el recogimiento del corazón. Esta actitud vigilante para conservar
la Palabra y permanecer en Presencia de Dios hace de estas tres expresiones
tiempos fuertes de la vida de oración.
(Fuente: Catecismo de la Iglesia Católica n| 2697. 2699)
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