Isabel de la Trinidad
entró en 1901 en el Carmelo de
Dijon, donde profesó dos años después. Su ascensión mística e el silencio, la
vida oculta y el sufrimiento se realiza como “Alabanza de gloria de la
Trinidad”.
Víctima desde 1905 de una enfermedad incurable, Isabel de la
Trinidad afronta con heroísmo “la obra de la destrucción”, según su expresión,
que devasta su ser. “Voy a la luz, al amor, a la vida”, fueron sus últimas
palabras antes de su muerte, el 9 de noviembre de 1906.
Su “ascensión hacia Dios” culminó en este presentimiento:
“Me parece que en el cielo mi misión será atraer almas ayudándolas a salir de
sí mismas para unirse con Dios con un movimiento del todo sencillo y amoroso”
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