sábado, 15 de diciembre de 2012

EL SILENCIO Y LA RUMIA EN ADVIENTO


Antes de partir para aquel lugar lejano, y hacia aquel tiempo indefinido, el esposo le había dicho:
- Te encomiendo los chicos.
En esa frase ella había intuido todo el programa para ese tiempo de espera, que alimentaría el anhelo del retorno. Los intereses de su esposo ausente, serían para ella ahora sus propios intereses. En cada actitud suya de esfuerzo sufrido o de alegría conquistada, sentiría estar cumpliendo la confianza que en ella había depositado el ser amado al partir. La presencia constante del ausente en regreso sería para ella la motivación de cada una de sus actitudes, la fuente viva de la fuerza para su actuar en las pequeñas verdades provisorias de cada día.
Muchas veces en su historia de compromiso y de amor había vivido la ausencia de su esposo. Y muchas veces había tenido que alimentar la espera, y había tenido la experiencia de la fidelidad del retorno. Pero nunca la ausencia había sido como esta. Nunca lo había sentido tan lejos. Ni había sido tan larga la espera. Poco a poco sus cartas se habían hecho menos frecuentes. Los amigos que venían trayendo noticias de El eran raros y hablaban sólo de datos lejanos y como si fuera de oídas. Y fue entonces que muchas otras voces y comentarios comenzaron a llegarle cada vez con más
insistencia.
Se decía de El, que ya no volvería, que se había olvidado de sus promesas. Le decían que la había olvidado, que su corazón ya no estaba con ella, que tenía sus intereses en otra parte.
Esa ausencia tan prolongada; ese silencio tan espeso: ¿no eran acaso una prueba de que tal vez los comentarios tuvieran razón?
Y entonces la fidelidad comenzó a hacerse difícil. Cada esfuerzo por lo suyo se convertía en dolorosa duda. ¿Realmente El sentiría todavía esas cosas como suyas? Esos esfuerzos exigían una fidelidad muy profunda. Pero, justamente: ¿no era esa fuerza de fidelidad lo que empezaba a flaquearle?
Fue entonces que los demás empezaron a notar en ella una actitud nueva. 0 al menos, que ellos sintieron como nueva. Por las noches comenzaron a ver que se encerraba en la intimidad de su alcoba, y que allí en el silencio de la noche su lámpara permanecía encendida. Muchos pensaron que se encerraba para llorar. Para desahogarse sin que nadie la viera. Para vivir en lo secreto la amargura que su orgullo no le dejaba reconocer ante los demás. Para reconocerse en lo secreto lo que todos creían conocer, y que sólo ella parecía querer ignorar. Para confesarse a sí misma sin testigos, que tampoco ella creía ya en el retorno del que amaba.
Y sin embargo, había un detalle misterioso en esa actitud. Y era que ella salía de esas largas rumias de intimidad, más animosa. Salía de esas noches con una alegría serena, y una fuerza nueva que le permitía una profunda fidelidad a las exigencias de cada detalle de su vida de espera y de dedicación a los intereses de El. Volvía para encender en cada hijo el cariño por el padre ausente y a alimentar en todos la vigilante espera por su próximo retorno.
Lo que nadie sabía, era que en esa intimidad había un tesoro que sólo ella conocía. Porque esa mujer tenía un corazón profundamente femenino. Un corazón con capacidad de conservar todo lo que había recibido de vida. Y allí en el silencio de espera de sus noches solitarias, volvía a releer y meditar aquellas antiguas cartas de amor que había recibido de El. Cartas que en tiempos ya maduros habían alimentado sus esperas, siempre cumplidas. Cartas que le hablaban de ausencias vividas y de reencuentros profundos gracias al crecimiento mutuo de la ausencia.
Allí volvía a encontrarse con el corazón de El; volvía a sentirlo latir. Lo reconocía y no podía negarle de nuevo su sí. Cierto que esos retornos habían sido siempre retornos provisorios, y que siempre habían exigido nuevas partidas. Pero en esa vieja historia de amor y fidelidad había crecido un conocimiento del corazón de El. En la lectura de esas cartas, y en la rumia de esos acontecimientos, ella volvía a reencontrar todo el sentido de su espera y la fuerza para vivir su adviento.

1 comentario:


  1. Las esperas, son como una constante,en la vida y se dan tan distintas,se espera con esperanza,con ilusión,con ansiedad,con alegría, con temor,con paz, con fidelidad,en fin Es como el destino de una mamá de una esposa, de una mujer.Debe ser quizá,parte del amor sin egoísmo,ser "lámpara que espera siempre"...Y,en estos días,que preparamos nuestro corazón para recibir una vez más a Jesús Niño,se da la mejor Espera, la de este dulce tiempo de Adviento. Que muy unidas a María Santísima, vivamos una vez más este hermoso Milagro de Amor... Muchas Gracias.

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