sábado, 9 de marzo de 2013

Tiempo para estar en el desierto...


Hay quien nunca frena. Quien vive deprisa. Quien viaja sin cesar de un lado a otro, de una experiencia a otra, de un momento a otro. La velocidad es signo de nuestros tiempos. Y la desmemoria. Olvidamos, quizás, rápido, porque vivimos rápido. Por eso, en algunos momentos, hace falta frenar. Detenerse, plantar los pies en tierra firme, mirar alrededor, y también mirar hacia dentro. Preguntarse por lo que, tal vez, es inercia e inmediatez; por las personas que forman parte de nuestro horizonte diario; por las metas que guían la propia vida. Y, con todo eso, pensar en si merece la pena, o si puede ser mejor.

Desde la fe, el tiempo de cuaresma nos ofrece esa posibilidad. Es la ocasión de detenernos; de buscar un poco de desierto en medio de lo cotidiano; de plantar los pies en la tierra firme del evangelio y mirar alrededor. En ese espacio más desnudo podemos salir de inercias. Podemos dejar de lado seguridades y
comodidades para transitar por un paraje nuevo. Hay muchos modos de hacerlo. Tiene un punto de seriedad, de cuidado interior. Te abstienes de lo habitual para abrirte a lo inesperado (y a eso lo llamamos ayuno).

Una vez en ese desierto, habremos de ponernos a la escucha, de esa voz interior con que el espíritu nos agita al escuchar la palabra. A eso lo llamamos oración. Se ora mirando a Dios, mirando al mundo, mirándose a uno mismo. Se ora con las noticias, con la Biblia, con los deseos, con los miedos. Se ora de mil formas distintas… Y se escucha también con la mirada activa, con los gestos, con la atención a los hombres y mujeres que más necesitan paz, pan y palabra (limosna). Pues ahí, si la limosna es puerta abierta al encuentro –y no gesto lejano-­? también se nos abren los ojos y las entrañas.

(Fuente: pastorlasj.org)

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